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Chaquetilla de cuero

Victoria Combalia

Estoy muy preocupada por todo lo que se dice de Trinidad Jiménez, candidata socialista a la alcaldía de Madrid. No tengo el gusto de conocerla, pero salió en una fotografía de EL PAÍS con una chaqueta de cuero muy favorecedora, un poco más sexy que las habituales. Esto motivó que mi admirado Vicente Verdú le dedicara un largo artículo: según él, la mercadotecnia aconseja que "es conveniente que brille, pero no debe provocar turbación". A lo que añade: "Una mujer, por lo que se ve, no es, en política, un producto homologado". Y sin embargo, sí que está homologado, al menos en la Europa desarrollada. En Francia, país del glamour por excelencia, las políticas -salvo algunas muy de izquierdas- suelen ir muy bien vestidas y también, si son atractivas, suelen ser -o al menos parecer- sexualmente atrayentes.

En el país que hace del amor uno de sus principales atributos, y de la moda el otro, no ser mínimamente glamouroso está muy mal visto. Reprendieron en la televisión a Catherine Trautmann, ministra de Cultura, por su look entre maestra de escuela y ama de casa de provincias, y las revistas no paran de hablar de los chicos bimbo, efebos de poco pelo que se cuidan exactamente igual que lo haría una mujer.

Hacer un esfuerzo por ser atractivo cuando se tiene un cargo público no se considera allá una peligroso desliz que revelaría una excesiva preocupación por sí mismo: al contrario, el posible votante considera el tomarse la molestia de agradar como una muestra de atención a los demás. En realidad, si el político honrado es aquel que quiere cambiar el mundo para hacerlo mejor, no está mal que en lo de la imagen empiece por uno mismo.

Es un error pensar que porque la masa de votantes no posee ningún gusto innato haya que dársele, para promover la empatía con el electorado, una imagen similarmente gris y anodina. Éste es un criterio, sin embargo, que a veces aplican ciertas televisiones locales, donde vemos a presentadoras con un look totalmente descuidado, igual al que poseen la mayoría de las chicas que van por la calle: un peinado lamentable,un modelito de dudoso gusto y unos sostenes, como yo me digo,insostenibles. Con ello el espectador, en lugar de relajarse, aún se deprime más mientras contempla las desgracias cotidianas entre bocado y bocado.

Pero siguiendo con Trinidad Jiménez, comenta Vicente Verdú que los asesores de imagen socialista le sugirieron, para parecer más democrática, una indumentaria tejana. Pero hoy he pasado por un gimnasio de lo más pijo de Barcelona y había cuatro apostadas a la barra, todas con su chaquetita tejana de turno, pues es la última moda. Lo vaquero, antes tan popular, ha conseguido batir récords de precio este invierno, y para más inri en su versión desteñida, rota y con agujeros. El look del pobre es lo más in entre los ricos.

También nos cuenta Verdú que Trinidad Jiménez "podría destrozar cualquier matrimonio". ¿Se diría esto mismo de un político guaperas? Me parece que no. Y ella misma, en sus declaraciones al periódico La Vanguardia, afirma ser una "mujer sola, estable y muy serena". ¿Será para contrarrestar el tópico de que una mujer sola sólo puede ser una histérica,una persona inaguantable, una solterona amargada? Todo, en suma, revela una concepción aún muy antigua de nuestra sociedad, donde, como dice el propio periodista, "las mujeres siguen sometidas a un escrutinio más duro y convencional cuando se trata de jugarse con ellas los cuartos".

Pero el político y la política saben que han de tener un cierto sex appeal. Todo aquel que los haya conocido de cerca recordará el "efecto sexual" emanante de su persona, como un día escribiera John Berger sobre, lo crean o no, Margaret Thatcher. En Cataluña, por ejemplo, la erótica del poder es bien variada: Pasqual Maragall posee este knack en la distancia próxima; es sencillamente simpático, cálido, familiar y sensual a la vez. Josep Piqué, en cambio, posee la seducción del romántico, con su aire de poeta del siglo XIX al que hubieran trasladado, sin él saberlo, a Wall Street.

En todo caso, el político sabe que ha de gustar, y si nos queremos acercar a la Europa civilizada, de la cual se supone que ya formamos parte, no podemos ir perpetuando una imagen ni de horterada ni de atavismo. La zamarra del progre y el blazer con botones dorados del conservador son patrones completamente desfasados: por qué no pensar que la famosa chaquetilla de cuero representa a una persona marchosa y emancipada. A la larga, con una visión de futuro donde la mitad del electorado es femenino, esto habría de dar muchos más votos.

Victoria Combalía es crítica de arte.

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