John Brealey, restaurador del Museo del Prado
Conocí a John Brealey a mediados de los años ochenta. Él era el jefe del Departamento de Restauración del Metropolitan Museum y estuvo en el Museo del Prado, junto con otros profesionales nacionales e internacionales, para debatir sobre la restauración de las Pinturas negras de Goya y Las hilanderas de Velázquez.
Unos meses después volvió de nuevo al Prado, elegido por la dirección y el Patronato para realizar la restauración de Las meninas de Velázquez, intervención que, a pesar del revuelo que causó en los medios académicos, fue realizada con la prudencia que le caracterizaba, en colaboración con cuatro profesionales del taller del Museo, con el criterio fundamental de devolver todo su esplendor a la pintura sin dejar rastro de su paso por la misma. Esta intervención no estaba exenta de polémica, ya que se trataba de un "símbolo nacional"; pero el tiempo, que todo, o casi todo, lo arregla, acalló las discusiones que hoy tan sólo son una anécdota en el pasado de la obra.
Posteriormente, durante los años que asesoró al Prado, pasó muy pronto de su faceta inicial de maestro a la de colaborador y colega de todos nosotros, al valorar y comprender en su justa medida al restaurador español, y más concretamente al del Museo del Prado, siempre sujeto a unas exigencias y presiones muy especiales. Era una persona discreta y callada, que pasaba casi inadvertida para el conjunto del museo. En su etapa, el taller de restauración del Prado dio un pequeño pero importante avance hacia el progreso que los tiempos requerían, tanto en sus criterios y métodos como en la utilización de nuevos materiales.
Aunque su entrada en el taller no fue fácil, allí encontró a los buenos profesionales del Prado para desarrollar sus ideas y consiguió un buen ambiente en el que todos se sintieron bien. Impulsó las relaciones de los restauradores y los técnicos al más alto nivel con los museos europeos y estadounidenses, fomentando las estancias e intercambios. Buscaba las soluciones a nuestros problemas y apoyaba nuestras sugerencias, trabajos y decisiones. Las relaciones humanas fueron cada vez más fluidas y amistosas con todos nosotros.
Para el taller de restauración y para el gabinete de documentación técnica fue una buena etapa. John tuvo los medios políticos, sociales y materiales del momento para hacer entender a la gente la importancia de la restauración. Él formaba parte de la profesión que quería ensalzar. Se avanzó en el reconocimiento, tanto dentro como fuera, de nuestro trabajo, intentando alcanzar el valor que la profesión de restauración y los medios técnicos tienen hoy día. Su propia personalidad le hacía permanecer en un segundo plano, la misma que tiene el buen profesional del medio. El protagonista es siempre la obra de creación del artista y nosotros estamos a su servicio.
De cada pintura sabía extraer el conocimiento más profundo y sutil, tenía la capacidad de escuchar nuestras sugerencias y nos aconsejaba, con su relación siempre cordial, para que la obra recobrase toda su esencia.
Desde el inicio de su enfermedad, a comienzos de los años noventa, nos hemos visto en Nueva York en algunas ocasiones. Recordaba con gran cariño su estancia entre nosotros, recuerdo que le llevaba a emocionarse y evocar todos los buenos momentos pasados en el Museo del Prado.
Con su muerte, la historia del arte y la restauración han perdido un gran restaurador y un gran conocedor de los más sutiles secretos de la pintura. Esperamos haber dejado en John Brealey la huella que él dejó en nosotros.
Carmen Garrido es conservadora jefe del gabinete técnico del Museo del Prado.
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