El cuaderno rojo
"Leed, pues, lo que os he escrito, y no olvidéis que os espero desde siempre. Debo decir que cuando tuve que marcharme de casa no sabía en qué agujero me metía, y que si lo hubiera sabido hubiera elegido la cárcel. Si hubiera tomado ese camino, ahora estaríamos juntos Quería transformar la sociedad, conseguir un mundo mejor, ser parte de un pueblo libre". Son las palabras, que muy cerca del final de la novela muestran algunas de las claves en las que se mueve El cuaderno rojo de Arantza Urretabizkaia (Donostia, 1947), traducción del original en euskara publicado el año 1998.
El texto recoge dos historias paralelas. L., una abogada, llega a Caracas a entregar el Cuaderno rojo que una madre separada de sus hijos ha escrito para ellos. Para Miren, para Beñat... Una historia de ausencias y de intentos de recuperar presencias. La madre ha militado en una organización, está en el exilio y encarga a L., su nombre no importa, sólo su misión de correo, con el diario para que se lo entregue a sus hijos... Es el intento de recuperar la memoria. L. Lee y traduce el cuaderno mientras cuenta la peripecia para llegar en Caracas hasta los hijos de esa mujer sola. La narración se estructura en un doble nivel, el de la narración de L. que enmarca la narración de la Madre a sus hijos, en la que pretende justificar su vida.
El cuaderno rojo
Arantxa Urretabizkia. Ttarttalo. Donostia, 2002, 110 páginas, 9 euros.
¡Ay, la identidad! La identidad de esta madre activista, depende de la entrega de ese diario, del cuaderno rojo, porque la novela pretende narrar el tema de la maternidad, y en un plano más concreto el de las relaciones de una madre con sus hijos. Una historia pequeña que se enmarca en la gran historia de la transición de este país.
No puede negarse que en el mundo de los sentimientos, Urretabizkaia recrea una voz que muestra una historia actual: el secuestro de los hijos por parte de los padres.
Puede que la novela atrape por lo que tiene de referencia al tono lírico, con el que se lleva a cabo esta narración. Los diálogos son mínimos -la autora ha expresado más de una vez, que el cine vampirizó el diálogo, y a la novela le queda el territorio de la introspección.
Pero el texto viaja hacia el mundo de las sombras de la memoria, y la escritura es una forma de recuperación de una historia perdida, a la vez que la creación de un mundo de relaciones perdidas. La palabra que sana... un viejo tópico, la palabra que redime... una instancia en la búsqueda de la identidad perdida.
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