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Columna
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La factura del agua

Me pasé dos tardes y una mañana recortando artículos, ordenando datos y apilando periódicos. Luego me compré un tablero de corcho, como esos que utilizan los policías en las películas de asesinatos en serie, y fui pegando con chinchetas todo el material con la esperanza de descubrir lo que estaba pasando. El tablero estaba abarrotado de nombres de compañías públicas y privadas, de medios de comunicación, de ejemplares de periódicos comprados por anticipado y al peso, de fechas sobre viajes en aviones privados, de créditos bancarios y de más créditos para pagar los intereses de los anteriores. Aquello era un auténtico collage político, pero no me sirvió para comprender el tema. No entendí nada y sigo sin entenderlo. Pero vamos a ver, ¿qué es lo que hizo Zaplana esta vez? Según dicen y en resumen, se supone que intentó crear un grupo de medios de comunicación afín a sus intereses y que estaba Aguas de Valencia de por medio. ¿Y eso es todo?

Al fin y al cabo, no es malo animar un poco la comunicación y, por aquella época, recuerdo que se hablaba mucho de los bajos índices de lectura entre los valencianos. O sea, que Zaplana seguramente quería editar más periódicos, quería más información y páginas impresas, para que los ciudadanos se aficionaran a las letras. ¿Que además pretendía que esas letras fueran a su favor? Bueno, ya se sabe, al igual que cada maestro tiene su librillo, también es cierto que cada presidente tiene sus medios de comunicación, para qué vamos a engañarnos. Lo único malo es que se organizó un botellón de mucho cuidado con la potable, total para no conseguir nada. Y eso es más difícil de perdonar.

A mí lo que realmente me preocupa, ya lo dije en otras ocasiones, es su afición por los parques temáticos, que los hace florecer por todos sitios y no hacen más que perder dinero. Es igual que sean de tierra, mítica o real, de agua con pececillos de otros mares o con peces gordos autóctonos, de fuego para conseguir ciudades de la luz, o hasta pueden ser de aire como los museos de la nada o los pueblos de no se sabe dónde, cualquier elemento le parece adecuado con tal de construir. No se sabe cÓmo lo consigue, pero mientras los demás se encharcan en el chapapote del norte, él se baña en las aguas limpias de los parques mediterráneos. Y eso, tal como van las cosas por el país, es todo un mérito.

Por eso no me escandaliza que quisiera más prensa o más comunicación, lo que me inquieta es su obsesión por los parques, que hasta podría llegar a arruinarnos el futuro. Cada vez que se acerca a la Moncloa tiemblo por ella, es capaz de reconvertirla sin mayor esfuerzo. Y hasta puede que sea fructífero su diálogo con los sindicatos, no lo niego, pero en esto son demasiado ingenuos, no se dan cuenta del peligro que corren, la tentación que puede ser construir un parque temático con las fuerzas sociales. Aunque realmente tampoco sería nada nuevo, todo hay que decirlo.

O sea, que el tema del botellón es agua pasada, pero la adicción por la cosa lúdica continúa siendo un peligro real y con posibilidades de transmisión por vía hereditaria. Me parece bien que le pasen la factura del agua, pero me niego a seguir pagando toda la vida por Terra Mítica. ¿Cómo lo ven?

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