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Reportaje:ARQUITECTURA

Toyo Ito, levedad soportable

Anatxu Zabalbeascoa

Una visita a una exposición de arquitectura se parece más a un recorrido por un museo de antropología que a un paseo por una pinacoteca. No basta con mirar, hay que saber interpretar. A diferencia de lo que ocurre con las artes plásticas, una muestra de planos, imágenes y maquetas es siempre una representación de algo ausente que es, en realidad, lo que se pretende dar a conocer. Y esa imposibilidad de exhibición directa ha hecho que estas exposiciones sean, con frecuencia, acontecimientos sectarios, aburridos, pobres y, en muchas ocasiones, torpes. Algunos montajes han querido desplegar otras atracciones para mitigar y compensar esa incapacidad, pero costosas e innecesarias sofisticaciones sólo han conseguido poner más en evidencia esa grave carencia. Un edificio es como un paisaje: no se puede encerrar. Hay que verlo, respirarlo y caminarlo para entenderlo. Por eso la mayoría de las muestras suelen ser como libros ampliados, como escuchar cantar en play back. Con todos esos inconvenientes, no es extraño que estas exposiciones no cuenten con el favor del gran público. Si al distanciamiento añadimos que cuando descubren el trabajo de arquitectos en activo tienen más de spot publicitario que de evento cultural, la experiencia se convierte entonces en una mezcla entre la visita a un puesto del mercado y la asistencia a un mitin político. Buena parte de las muestras son eso: tarjetas de presentación seleccionadas, ideadas y hasta confeccionadas por los propios arquitectos para familiarizar a potenciales clientes y a los ciudadanos de una región con una posible construcción futura. Y desde esa pretensión deben juzgarse.

La muestra es como sus edificios: de apariencia frágil e impacto rotundo

Resulta curioso observar cómo los arquitectos utilizan sus cartas de presentación. Antiguamente solían preferir desplegar sus mayores logros: sus edificios más notables e internacionales. La fotografía era entonces una prueba inequívoca de la construcción, o lo que es casi lo mismo en arquitectura, del éxito. Más tarde algunos eligieron concentrarse en los proyectos no construidos para dejar asomar su lado incomprendido, las audacias que nadie les permitió construir. En arquitectura ocurre como en literatura, muchos proyectos nunca llegan a existir, al igual que muchas novelas se quedan sin publicar. Sólo que, a diferencia de los manuscritos, los proyectos tienen un lugar y un tiempo. Fuera de él mueren, y esas exposiciones los salvan, se convierten en la única manera de recuperarlos del olvido. Más allá de lo construido y lo no construido, los proyectistas más prácticos han apostado por el futuro inmediato: por exponer obras en construcción. Y los más ambiciosos han combinado todos estos recursos.

En los últimos tiempos, varios museos españoles han abierto sus puertas al trabajo de arquitectos vivos. Frank Gehry se volvió redundante en el marco de su obra más popular, el Guggenheim de Bilbao, al mostrar su hacer escultórico y deconstructivista. Jean Nouvel, que amplía el Museo Reina Sofía de Madrid, proyectó en las paredes de dicho centro su pasado, su presente y su futuro. Con mayor o menor fortuna (la citada muestra de Nouvel ya puso de manifiesto que las cosas pueden hacerse de otra manera: interesando a más gente, acercando más los edificios, economizando sin perder impacto), las exposiciones de arquitectura han permitido ver el aspecto de futuros o lejanos edificios, pero rara vez han intentado, hasta ahora, dejar hablar a la propia arquitectura. El japonés Toyo Ito (1941) ha roto esa dinámica, y en lugar de hablar con el vocabulario de un viajante, que abre su maletín y despliega un muestrario, ha preferido hacerlo en el callado idioma en que se expresan los edificios del mundo. Ha elegido transmitir una sensación, una idea de la arquitectura, en lugar de descubrir sus proyectos para el futuro balneario en Torrevieja (Alicante) o el edificio de grandes almacenes que levantará en Córdoba.

Ito, que recibió el León de Oro en la última Bienal de Arquitectura de Venecia, defiende una arquitectura etérea, que resulta hermosa de explicar pero difícil de entender. Un tipo de construcción que contradice la solidez y la estabilidad que se asocian a los edificios tradicionales y que apuesta por la transparencia, por la fluidez, por la desaparición de los inmuebles como signo de integración en un entorno cualquiera. Él habla de construir desde el mundo como oposición a imponer desde las ideas, y sus últimos edificios buscan eso: fundirse con el paisaje, difuminarse camuflándose, tornándose invisibles, evitando ser molestos, no queriendo ser intrusos. La exposición Toyo Ito, arquitecto, que ahora puede verse en Barcelona y que en enero viajará a Palma de Mallorca, habla como la arquitectura antigua de la arquitectura del futuro y hace sentir al visitante el ideario de Ito no en su cerebro, sino en su propia piel.

En lugar de mostrar sus edificios ingrávidos, leves y difuminados, Ito ha construido un espacio escueto, etéreo, leve como un suspiro que hace sentir la ingravidez. Un lugar como sus últimos edificios: de apariencia frágil e impacto rotundo, un espacio que cambia con las luces, los sonidos y la llegada de los visitantes. Para conseguirlo, ha condensado el tiempo, ha cogido esos factores que desplegados en las horas nos resultan tan naturales que se nos hacen casi imperceptibles, y los ha acelerado. De la misma manera que el visitante a esta muestra no verá un muestrario, tampoco verá un solo espacio sino muchos. Verá cómo las condiciones transforman la arquitectura y cómo una construcción fluida e ingrávida desaparece junto a las paredes húmedas de un antiguo convento barcelonés. Predicar con el ejemplo. Esta exposición de Ito demuestra que la arquitectura habla mejor cuando lo hace en su lengua materna, alejada de sustitutos y modificada por el tiempo, la luz, el espacio y las texturas.

TOYO ITO, ARQUITECTO
Convent de Sant Agustí. Barcelona. Hasta el 12 de enero de 2003. Sa Llonja. Palma de Mallorca. Del 28 de enero al 23 de febrero de 2003.

Papiroflexia y firmeza

EN UNA ÉPOCA en la que muchos proyectistas eligen construir arquitecturas de impacto, Toyo Ito apuesta por la sutileza. Más allá del montaje, que es la verdadera exhibición de esta muestra, la exposición recoge la proyección de algunos de sus edificios más característicos de los últimos años. Por un lado, la superposición de los planos de la Mediateca de Sendai (2001), su obra más celebrada, construye un espectáculo audiovisual que compone y descompone una de las salas. En la otra, una serie de columnas luminosas, tubos de tejido translúcido, recogen algunos de sus proyectos más leves, como la escenografía para el teatro Cocoon de Tokio (2000), la Instalación para la Exposición de Hannover (2000), el Pabellón para la Plaza Mayor de Brujas (2002) o el construido para la Serpentine Gallery en el Hyde Park londinense (2002). Este último, poco más que un cubo recortado, parece un ejercicio de papiroflexia, un juego de origami para dar sombra a un café durante los meses de estío.

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