Trinidad
Hay pasajes de mi infancia que conservo transformados en olor. Uno de ellos es el de la hoja parroquial que cada semana recibíamos en casa con puntualidad, donde además del evangelio del domingo, triduos y novenas, no faltaba nunca una carta pastoral, en la que el viejo párroco de la iglesia de San Ildefonso mariposeaba sobre lo divino -en especial sobre lo divino- y un poco sobre lo humano. Era el pastor que se dirigía a su rebaño de fieles como si fueran ovejas, en un lenguaje al mismo tiempo dogmático e ingenuo, muy acorde con el nacionalcatolicismo que entonces era de rigor. De la hoja plegada formando un cuadernillo, que no fallaba los martes por la tarde, recuerdo el papel áspero al tacto y, sobre todo, el penetrante olor a tinta recién impresa.
Pocos años después, ya en el bachillerato, el mismo olor a tinta solía perseguirme durante los cursos obligatorios de Formación del Espíritu Nacional, cuando neofalangistas del Frente de Juventudes, disfrazados de doctos profesores, se dirigían a nosotros -rebaño de españolitos- y adoptaban un lenguaje asimismo dogmático e ingenuo, pero con pinceladas de grandeza imperial.
El olor a tinta ha vuelto ahora a la pituitaria de mis recuerdos, y no fue al hojear El florido pensil o uno de esos libros que nos devuelven el acontecer de aquella España mediocre, sino la columna Voluntarios, que el actual consejero de Bienestar Social de la Generalitat Valenciana, Rafael Blasco, publicó en esta misma página el 5 de diciembre, con ocasión del Día Internacional del Voluntariado.
En ella divaga nuestro hombre sobre lo divino y lo humano del voluntariado -más sobre lo humano, es verdad- y lo hace en el mismo tono entre dogmático e ingenuo de aquellos curas y falangistas de mi niñez, que consistía en amontonar palabras y más palabras, ensalzar bondades y perderse por los vericuetos de la retórica blandengue, pero sin llegar nunca al fondo, a las causas, al porqué de los entuertos que es preciso desfacer.
Dice Blasco que el voluntariado "se implica en defensa de los derechos humanos, trabaja por el desarrollo sostenible, procura la igualdad de oportunidades, reclama la supresión de barreras físicas o culturales... por encima de ideologías políticas y creencias religiosas". De mi parte, añado yo, el voluntariado equivale a la antigua caridad cristiana y quienes lo practican son dignos de elogio, pero, ay, en vez de darle bombo desde las instituciones, quizá sería más lógico que el gobierno lo hiciera innecesario. Es fácil lanzar al aire discursos humanistas cuando, al mismo tiempo, el Partido Popular, del que Blasco es un miembro distinguido, impone la Ley de Extranjería y liquida en dos legislaturas lo que se dio en llamar Estado del Bienestar, es decir, toda una serie de responsabilidades sociales antes asumidas por el aparato estatal y ahora en manos privadas, cuyo primer objetivo es la rentabilidad. Los esforzados voluntarios, claro, se ocupan hoy de quienes ellos abandonan.
Creo haber encontrado la razón de una sinestesia olfativa tan extraña, y es que esta trinidad con olor a tinta añeja -padres preconciliares, hijos falangistas y santos espíritus peperos- es también, como la otra, el conjunto de tres personas en una sola esencia.
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