'Agur', Abraham
El ciclista guipuzcoano reivindica su palmarés y no para de recibir homenajes desde que anunció su retirada
El 2 de enero de 1997, pocas horas después de que Miguel Indurain anunciara su retirada, a pocos kilómetros, en un hotel a las afueras de Pamplona, Abraham Olano asumía con normalidad, con gran tranquilidad aparente, ciega confianza en su capacidad, el desafío de suceder al gran navarro en el corazón de la afición ciclista, el desafío de liderar al Banesto, el reto de intentar ganar el Tour. "No temo a las presiones externas, no hay mayor presión que la que yo mismo me pongo", decía una y otra vez. Sabía adónde iba, sabía lo que se le exigiría, sabía lo que se le pagaba. Era consciente, a medias, de la trampa que le esperaba.
Abraham Olano nunca ganó el Tour. El ciclista guipuzcoano nunca fue Indurain. Se construyó un historial impecable, envidiable, el mejor del ciclismo español después del de Indurain. Un historial con un par de Mundiales, con una Vuelta, una medalla olímpica, un Campeonato de España, un par de clásicas, dos podios en el Giro, nueve carreras de una semana... Un palmarés único e incompleto, que le ha dejado una mueca de insatisfacción, una desazón amarga, un ligero sabor a fracaso, un punto de tristeza que no se apaga.
Abraham Olano, de 32 años, se ha retirado. No hay semana en la que no reciba un homenaje. Ayer fue el último, con una docena de profesionales y amigos acompañándole entre Anoeta y Tolosa, los pueblos de su vida, comienzo con él en una sidrería, dando unas vueltas con él en bicicleta, los hermanos Beloki, Haimar Zubeldia, los hermanos Osa, Txente García Acosta, Patxi Vila, Arrieta, Gárate, Iker Flores... No hay día en que no se vea obligado, él o su gente, sus amigos, obligados a recordar que tiene un gran historial, que ha sido un gran ciclista, que si no hubiera estado Indurain antes... Y él dice: "La sombra de Indurain es inabarcable".
Una verdad, un personaje, que le ha perseguido toda su carrera. O por lo menos desde una lluviosa tarde de octubre en Colombia, allá por 1995. Toda España, medio mundo, está detrás de Indurain, conmovida, atraída, tensa por el gran reto del gran navarro, el loco intento de alcanzar en diez días el Mundial contrarreloj, el Mundial en línea y el récord de la hora. Ha ganado su quinto Tour, ha descansado un poco y se ha ido todo septiembre a Colorado, a prepararse en altura. El jueves gana la contrarreloj (segundo, Olano). El domingo es el favorito para el maillot arco iris. Aprovechando que todos los grandes no pierden de vista la rueda de Indurain, Olano se decide, ve su oportunidad, ataca, gana el Mundial. Entra con la rueda pinchada. Indurain le cubre las espaldas detrás, respeta a su compañero, se resigna a no ganar el Mundial. Queda segundo, machaca a Pantani en el sprint, levanta el puño con una rabia infinita, con uno de los gestos más interpretados de la historia del ciclismo español. Para unos cuantos es la rabia del que se ha visto traicionado por su gregario; para muchos más, la rabia del ganador, la rabía de la alegría, del ciclista que celebra el triunfo del compañero. Las dos Españas, la del Olano traidor, la del Olano héroe.
Olano es tímido y callado. No le gusta explicarse, no trabaja para caer simpático. Tampoco es una tarea fácil. Su estilo no es de los que gustan a la afición. Arrasa en las contrarreloj. En la montaña sufre. Necesita la ayuda del equipo. Beltrán, al tran tran. Así.
La vuelta del 98, una de sus grandes victorias, fue también un referéndum perdido. El más popular fue el Chava, su compañero espectacular, escalador y anárquico que disfrutó ganando etapas y sacando de quicio al sobrio Olano. Terminó la Vuelta y aquel domingo de Madrid, dice Olano, fue, quizás, el día más triste de su vida. Rompió con sus directores. Se tuvo que ir del Banesto. A pesar de su éxito tuvo que irse a otro equipo, al ONCE, ganando menos dinero. Se fue con la misma pena, el mismo sabor en la boca que no le ha abandonado hasta su retirada, la misma sensación de injusticia que le obliga, semana tras semana, a recordar a todos que él, Abraham Olano, ha sido el mejor corredor de su época.
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