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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una sola Europa

El Consejo Europeo despejó ayer en Copenhague el camino para la primera unificación pacífica y libre del Viejo Continente, o al menos de una gran parte de él. Al cerrar, políticamente, las negociaciones para que entren 10 nuevos miembros en la UE en mayo de 2004, posiblemente Bulgaria y Rumania tres años después y citar a Turquía dentro de dos años para empezar a hablar de su ingreso, se han sentado las bases para superar divisiones y antagonismos seculares. Las más recientes son las de la guerra fría, en la que muchos de estos países fueron abandonados a su mala suerte soviética, pero hay otras que se cuentan por siglos. Faltan los Balcanes, que tendrán su futuro en Europa, pero la declaración de Copenhague sobre Una sola Europa ya contempla también relaciones especiales con Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Moldavia. El continente se va ordenando en un nuevo mapa.

Este hito histórico no significa que todo esté amarrado. El desafío es enorme, pues ni la actual UE, ni los nuevos socios (Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Lituania, Letonia, Estonia, Chipre y Malta) están técnicamente preparados para este gran abrazo que les fundirá en una sola Unión. Los nuevos, que firmarán su Tratado de Adhesión el próximo 16 de abril en Atenas, entrarán en condiciones prendidas con alfileres, casi bajo custodia, pues tendrán que llevar a cabo múltiples reformas internas antes de estar plenamente en condiciones de aguantar el tirón, con periodos de transición en general largos, aunque no más que los aplicados en su día a España y Portugal.

Por si acaso, la UE se ha protegido con medidas de salvaguardia: ante posibles retrocesos democráticos y ante incumplimientos en materia de mercado interior y seguridad alimentaria o de control de las fronteras externas y del crimen organizado. Internamente, la UE cambiará en profundidad, pero eso es lo que debería traducir en términos político-institucionales la Convención que está elaborando la Constitución Europea, y que tiene que ir a una mayor integración -aunque los nuevos se muestren poco propensos a compartir su soberanía recién recuperada-, so pena de quedarse en un mero mercado cuando esta Unión de 450 millones de habitantes se convierte en la primera potencia económica y comercial del mundo. En este sentido, la UE se mostró ayer dispuesta a reemplazar a la OTAN en la operación de mantenimiento de la paz en Bosnia.

Los nuevos socios de la UE representan un 20% de la población, pero sólo un 5% del PIB. A pesar de ello, ésta va ser la mayor y más barata ampliación europea, puesto que en sus tres primeros años costará únicamente el 0,15% del PIB de los Quince, aunque nadie se atreve a hacer cálculos para después de 2007. En un tira y afloja cicatero por parte de los Quince, Polonia obtuvo finalmente un plus para mejorar su liquidez y las posibilidades de sacar adelante el referéndum interno sobre su adhesión a la UE, cuyo resultado no está garantizado en éste y en otros casos.

Resulta preocupante que Chipre vaya a ingresar sin haber resuelto la división de la isla, aunque ambas partes se mostraron ayer dispuestas a seguir negociando de acuerdo con el plan de la ONU. Ésta es una de las bazas de Turquía, cuyo primer ministro, Gul, expresó su frustración por lo alejado de la fecha (diciembre de 2004) en que la UE, ya ampliada, analizará si el gigante euroasiático cumple los requisitos democráticos. Si pasa este examen, las negociaciones empezarán "a la mayor brevedad". Turquía tiene aún un largo camino que recorrer para su equiparación democrática. Pero el plazo es razonable para dar tiempo a que la UE digiera la ampliación, se decante la transición en Turquía, el partido en el poder case firmemente los términos "democrático" e "islámico" y los militares renuncien a ser un Estado dentro del Estado.

A España, que ha logrado un apoyo solidario de la UE ante la catástrofe del Prestige, la nueva Europa le plantea serios desafíos: situarse bien en lo que va a ser una Europa de varias velocidades; lograr que la Unión no olvide al Sur ni a América Latina; defender una política de solidaridad general, más allá de las buenas palabras que salieron ayer de Copenhague; mejorar su competitividad frente a estas nuevas economías que entran con mano de obra más barata, y resolver, internamente, el engarce del modelo autonómico con una Unión en la que casi la mitad de sus miembros tendrán menos habitantes y peso económico que, por ejemplo, Cataluña. Para los españoles, los nuevos son, en general, unos grandes desconocidos. Esta Unión ampliada requerirá un gran esfuerzo de conocimiento mutuo de estos nuevos socios. También este esfuerzo es parte de la construcción europea.

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