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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Erotismo en las tardes de plomo

Anatxu Zabalbeascoa

En las tardes plomizas de su adolescencia, Rafael Argullol (Barcelona, 1949) era capaz de oler el perfume y escuchar la música de algunos lienzos. Ni siquiera eran lienzos. Eran las ilustraciones desnudas de un viejo tomo de historia del arte lo que hacía soñar, temer y despertar a aquel niño que observaba fascinado cómo el festivo dios Zeus de los cuadros nada tenía que ver con el Cristo asexuado y doliente que había conocido en el colegio. Siendo un adolescente, Argullol constató que la atracción por la confusión es más fuerte que la seducción de la evidencia, que "algunas obras de arte son tanto más importantes cuanto menos conseguimos ahondar en su significado". Y eso mismo ocurre en este libro. Lo claro (las descripciones de los lienzos) está bien expuesto, lo confuso (algunas sensaciones apuntadas) seduce. Así, el niño es evocado por un ensayista perspicaz que, al tiempo que construye las opiniones más contundentes del libro -tanto a favor (la Venus del espejo de Velázquez "desnuda el desnudo") como en contra (la maja desnuda de Goya es "más carne frontal en la carnicería que deseo")-, desdibuja al niño, lo difumina, se lo merienda.

UNA EDUCACIÓN SENSORIAL

Rafael Argullol Fondo de Cultura Económica Madrid, 2002 197 páginas. 19,50 euros

Éste es un libro que disfru

tarán quienes gocen con la pintura. Pero es difícil de clasificar. El propio autor es un defensor de la escritura transversal, un concepto acuñado por él para definir una mezcla de géneros que no deja de sorprender: ¿acaso alguien duda de que la mejor escritura exprime cada uno de los géneros con oportunidad y sin empacho?, ¿por qué etiquetarla entonces? Es difícil de clasificar porque esta educación sensorial además de ser un ensayo-guía busca ser una memoria. Sin embargo, no leemos ni sentimos al adolescente, sino a un erudito profesor de estética que a través de la contemplación de algunos de los desnudos más famosos de la historia del arte rememora al niño que fue y evoca su despertar sexual. Es un hombre el que habla, y lo que comunica es el ahora. Por eso es el Argullol maduro el que aporta las mejores ideas. Él transforma este sugerente recorrido en la mirada desnuda de un hombre sobre su vida. Si el niño confiesa su enamoramiento de la Ariadna en la Bacanal de Tiziano y su fascinación por la bailarina de la Villa de los Misterios pompeyana, el Argullol de 53 años habla de erotismo y levedad: "Todo lo excesivamente pesado acaba cortando el vuelo de las sensaciones"; habla de las paradojas de la sexualidad: "Esa ley inexorable que invierte los tiempos del sexo, cuando menos del masculino, según la cual la pubertad nos hace soñar con los cuerpos maduros y la madurez se embruja con la juventud"; y escribe que la vejez real que "para algunos se produce muy pronto y para otros nunca, es la pérdida definitiva del mito de una vida nueva".

Y es en esa exposición de sentimientos, más que en la hábil descripción de imágenes, donde el lector se encuentra o se fascina. Donde, como le ocurriera al Argullol niño frente a sus desnudos favoritos, el lector puede respirar y sentir. Donde uno colma los sentidos tal y como él los alimentaba ante el vetusto tomo de Josep Pijoan que convirtió sus plomizas tardes de adolescente en un balcón desde el que descubrir los hermosos misterios que encierra la vida.

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