Dejémonos de películas
Hay novelas que parecen habitadas por el fantasma de su adaptación cinematográfica. En efecto, ¿quién es capaz de imaginar a Rett Butler sin la irónica sonrisa de Clark Gable o a una Escarlata O'Hara sin los ojos verdes de la menuda Vivian Leigh? O lo que es peor, ¿alguien recuerda el nombre de la autora de Lo que el viento se llevó? Y la autora de Cumbres Borrascosas, ¿es Charlotte, Emily, Anne Brontë... o Jane Austen?
Coinciden en bolsillo cinco títulos cuyo nexo de unión es haber inspirado grandes éxitos de la pantalla. Lo que el viento se llevó y El gatopardo encabezaron, en su momento, las listas de las películas más taquilleras, mientras que El amante de lady Chatterley y Cumbres Borrascosas quedan en la zona más exclusiva de los cinéfilos. Caso aparte es el de Alicia en el país de las maravillas, un clásico de la literatura infantil, lectura obligada para adultos.
Por lo demás, estos títulos poco o nada tienen que ver entre ellos. Margaret Mitchell pinta en su novela, a través de un amplio catálogo de personajes, un fresco de la agonizante sociedad sureña durante la guerra de Secesión americana. El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, se construye en torno a 1890 y a la unificación italiana. Su protagonista, el príncipe de Salina, refleja la amargura de una culta y también agonizante aristocracia que cede el paso a una joven generación, cínicamente consciente de que "si se quiere que todo siga igual, es necesario que todo cambie".
La obra de Emily Brontë no es más que la trágica historia de amor entre la apasionada Catherine y el atormentado Heathcliff en la Inglaterra victoriana. Y es también en Reino Unido donde transcurre El amante de lady Chatterley, de D. H. Lawrence. El realismo con el que se retratan unas relaciones adúlteras provocó que en su día, en los años treinta del siglo pasado, la obra fuera censurada por escándalo público.
La Alicia... de Carroll es otra cosa. Aunque las clásicas ilustraciones de Tenniel y las fotografías que su autor hizo de Alicia Lindell, la niña que le inspiró el libro, corren también el peligro de ser suplantadas en nuestra imaginación por los iconos bobalicones de la factoría Disney, las paradojas lógicas con las que el victoriano profesor de matemáticas nos hace acceder a mundos alternativos, a veces subversivos y en absoluto inocentes, hacen de la obra un juego de magia apto para adultos. Quizá sea ésta una buena ocasión para dejarnos de películas y acercarnos a los libros que las inspiraron.
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