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Crónica:A pie de obra | TEATRO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cae nieve negra

Marcos Ordóñez

Uno. La voz dice: no puedo comer, no puedo dormir, no puedo escribir, no puedo hacer el amor, no puedo estar sola, no puedo estar con otros, no puedo creer en una realidad objetiva, no quiero vivir en este mundo, no quiero morir. 4.48 Psychosis, la obra póstuma de Sarah Kane, se ha presentado en Temporada Alta de Girona, quizá el festival teatral más humilde y poderoso de toda España. Estamos en el pequeño teatro de Salt, una república independiente: sólo ellos consiguen que allí presente Brook sus espectáculos, o que acuda Claude Régy para tutelar a su actriz, la salvaje Isabelle Huppert. 4.48 Psychosis: un espectáculo radical, implacable, inasumible. No puede haber "crítica" porque esto está más allá de gustos, análisis, valoraciones. Sólo puede haber un intento de traslación, de devolver los restos del eco. Aquí se habla de lo que nunca se habla, del anatema de los parias de la razón. ¿Alguien quiere abrir esa puerta y asomarse? Ya volveremos a la comedia. Ya volveremos a las obras bien hechas, de carpintería sólida. ¿Alguien tiene dos horas para una resquebrajadura? Aquí vemos estallar una cabeza como una sandía, a cámara lenta. Aquí resuena una voz en la hora del lobo, la voz de una depresión terminal, una depresión psicótica. Más allá de la melancolía, más allá de la angustia, más allá de las fronteras entre la realidad y las peores formas de la imaginación: el mundo como una extraña pesadilla, cuando no hay diferencia entre lo que queda de ti y cualquier otro y una mesa en la noche. Una fisura atroz entre el cuerpo y el alma. Una desesperación furiosa y constante. Un texto hecho de fragmentos desorientados. Una conciencia rota que intenta reatraparse.

Sobre 4.48 Psychosis, protagonizada por Isabelle Huppert, en Girona

La enfermedad de la muerte en vida, de la pérdida de sí mismo. Una enfermedad que no deja de moverse, como el ruido de una abeja atrapada en una caja. Notas de un naufragio, de la nada hecha pedazos. No es una llamada de socorro, porque en ese estado último no hay socorro posible. Un grito esencialmente artaudiano, como hacía mucho tiempo que no escuchábamos. Artaud en el asilo de Rodez, poseído por la peste: "Chers Amis: Ce que vous avez pris pour mes oeuvres n'était que les déchets de moi-même, ces raclures de l'âme que l'homme normal n'accueille pas".

Y sin embargo es una creación. Un extraño poema. Construido. La voluntad de construir, de "hacer algo con todo eso". Un intento de recordar la luz. La búsqueda de una música secreta, una armonía perdida. Una sinfonía para una sola voz. Comienza a cantar pero sobre su voz cae la lluvia continua de Joy Division, adolescente, egocéntrica: Love Will Tear Us Apart. Un explosivo concentrado en cada línea. Lucidez en el dolor. Humor al borde del precipicio. "No tengo ningún deseo de muerte; ningún suicida lo ha tenido jamás". Ya no hay aquí la extrema necesidad de comunicar, de recapitular el dolor, de salir del agujero de Crave. ¿O sí? Sí, sí, sí: siempre queda un último impulso.

Dos. Isabelle Huppert y Claude Régy se han aventurado en la región prohibida. Esto no es sólo una lección magistral de teatro: es un acto de coraje, un cántico desde la tiniebla, un exorcismo, la verdadera voz de la tragedia. Huppert, genio puro: un escorpión rodeado por un círculo de fuego. Parece una adolescente (camiseta azul, pantalón de cuero, zapatillas negras) que haya vivido diez vidas y diez muertes. Una inmensa fatiga, una rabia infinita. Claude Régy la ha colocado en esa interzona. Un control absoluto, el control del gran arte. Un cuerpo desvelado, aprisionado como en un lecho vertical, un lecho de agonía, durante dos horas, sin moverse un centímetro. Unas manos que no dejan de crisparse y retorcerse y enviar mensajes con el lenguaje secreto de los esquizofrénicos. Un rostro desnudo que muestra la emergencia de la calavera, que se transfigura a cada giro de la luz. Unos ojos arrasados, más allá de las lágrimas que no dejan de fluir. Un fulgor negro, helado y ardiente, latiendo en el fondo de esos ojos. Todo sucede ahí arriba, en la voz y en los ojos y en el rostro. Cada vez que esa cabeza se mueve, imperceptiblemente, escuchamos el rugido de una torrentera de piedras.

Isabelle Huppert es una médium. Asistimos a una resurrección, una restitución: Sarah Kane está viva y respira por su boca y habita en su cuerpo, en su palabra, en esos silencios como un eco de los blancos del texto. Una mujer sola frente a una cortina, ahora opaca, ahora transparente. Una muerta insumisa, puesta en pie ante nosotros. Una intensidad extenuante. ¿De dónde viene tanto dolor? ¿Nadie puede parar esto? ¿Nadie puede pararla, decirle que no conviene ir tan lejos, que no está sola, que...? Claro que está sola. Hay otro actor, Gérard Watkins, una voz borrosa, un amigo, un psiquiatra, detrás, al otro lado, cerca y lejos, exactamente como nosotros. Nosotros, todos los demás, contemplamos la vivisección, como doctores que se creen sanos y a salvo en un mundo ordenado donde las mesas son mesas. "Miradme. Estoy aquí. Voy a desaparecer, pero todavía estoy aquí. Miradme. Miradme desaparecer". ¿Qué podemos hacer, sino cantar un salmo en silencio absoluto mientras cae la nieve negra?: "And we told her she was beautiful / and we told her she was free / but none of us would meet her in the House of Mistery". Pobre corazón aullante, pobre cabeza incendiada, pobre alma irreconciliable.

Invierno 98. Tras un nuevo colapso nervioso, Sarah Kane ingresa otra vez en el ES-3, el hospital psiquiátrico de Parliament Hill, por sobredosis de somníferos. 100 Lofepramine, 45 Zopiclone, 25 Temazepam, 20 Melleril. Le dan de alta el 20 de febrero de 1999. Ese mismo día, de vuelta a su casa, se ahorca en el baño con los cordones de sus zapatos, a la edad de 28 años.

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