El triunfo del héroe sentimental
Ronaldo refuerza su papel de favorito al Balón de Oro por su habilidad para protagonizar los momentos más importantes del año
Roberto Carlos desgranaba su discurso frente a la larga hilera de periodistas agolpados en la zona de entrevistas. Nunca ha sido un hombre de aspecto estresado, y menos después de una buena victoria. Tampoco es de los tímidos ante los micrófonos, las grabadoras y los cuadernos. Hablaba animadamente del partido, pero pronto derivó hacia un discurso que explica claramente la densidad de estrellas que habita en el vestuario del Madrid. Estaba claro que Roberto Carlos se postulaba abiertamente como primer candidato al Balón de Oro, para el que sus rivales son varios compañeros: Zidane, Ronaldo y Raúl. "Ha sido un año increíble. He ganado cuatro títulos. Soy campeón del mundo y de Europa y he conquistado la Supercopa y la Copa Intercontinental".
"¿Qué pasa, Ronaldo? ¿Es que sólo marcas si te regalan un Toyota?", bromeó Valdano
El brasileño sabía lo que decía y a quién se lo decía: a los periodistas, que le iban a servir de voceros en su razonable aspiración. Ningún jugador puede presentar su palmarés esta temporada. Tampoco hay duda de que no se trata de un defensa al uso, con las limitaciones que eso supone para la concesión de un trofeo que ha rechazado históricamente a centrales y laterales. Por su estilo, Roberto Carlos es un jugador heterodoxo, abierto a cualquier clasificación, admirado por el público. Su problema es que Ronaldo necesita menos campaña pública para arrebatarle el galardón.
A Ronaldo se le ha discutido en el Madrid y apenas jugó en el Inter, dos lacras que eliminarían a cualquier jugador de la carrera por el trofeo. Sin embargo, su papel de favorito crece exponencialmente por la facilidad que tiene para protagonizar los momentos más importantes del año.
"¿Qué pasa, Ronaldo? ¿Es que sólo vas a marcar si te regalan un Toyota?", bromeó Jorge Valdano con él tras el partido. "Bueno, ya sabe, sin un Toyota a mí me resulta difícil esto del fútbol", contestó Ronaldo con una sonrisa muy pícara. Le acababan de nombrar el mejor jugador del partido y se había convertido en el dueño de un coche -donó el premio al madrileño hospital infantil de San Rafael-.
Eso le importaba menos que la propaganda de su actuación, la más completa desde que llegó al Madrid. Hubo críticos, entre los periodistas, que consideraban inaceptable tanto elogio a Ronaldo. Lo más corriente era escuchar que nunca será el mismo que deslumbró en el Barça. Y a continuación narraban con detalle su precariedad física. Pues precisamente por eso resulta más definitivo su recorrido. Si medio Ronaldo es capaz de decidir un Mundial y de ser decisivo en la victoria de la Intercontinental, sus méritos son incuestionables en vez de discutibles.
Entre todos los jugadores actuales, ninguno se acerca a Ronaldo en dominio del escenario. De un tiempo a esta parte, maneja una precisa teatralidad que probablemente le ofrezca beneficios muy pronto. Quizá Roberto Carlos haya acumulado más méritos objetivos. Sin duda, Raúl merece el reconocimiento a una carrera ejemplar. Seguro que Zidane es el mejor futbolista libra por libra. Pero no es suficiente. Ronaldo ha ganado el combate sentimental, y lo ha hecho con las astutas prestaciones de los que saben escoger las mejores escenas del fútbol. Un actorazo. ¿Quién puede resistirse a la historia de un jugador descalabrado que vuelve de su Liberia particular para convertirse en un héroe? No hay por qué desdeñar esa parte romántica. Al fin y al cabo, el fútbol es un material de primera para las cuestiones sentimentales. Y Ronaldo lo sabe mejor que nadie.
Del Bosque siempre renuncia a los focos
Nada aleja a Vicente del Bosque del papel que eligió hace tres años, cuando sustituyó a John To-shack en la dirección del equipo. Desde entonces su relación con el éxito ha sido constante, pero discreta. Ganador de dos Copas de Europa, una Liga, una Supercopa y una Copa Intercontinental, no hay muchos entrenadores que puedan presentar un palmarés semejante en menos tiempo. Esta realidad no le impide mantenerse en un segundo plano por dos razones: porque siempre ha concedido a los jugadores el mérito de las victorias y porque su pudorosa naturaleza le obliga a desconfiar del protagonismo. Aunque evidentemente satisfecho, en Yokohama permaneció al margen de la fiesta en el campo tras el partido. Nadie que no fuera futbolista del Madrid se sintió con derecho a dar la vuelta olímpica con el equipo. No iba a ser Del Bosque el que rompiera ese protocolo.En la banda, junto a sus colaboradores, Del Bosque contempló todo el festejo antes de retirarse al vestuario. Prudente como es, no quitó un solo instante de gloria a sus futbolistas, como si no tuviera derecho a inmiscuirse en los asuntos de sus numerosas estrellas. Es una decisión que ha fortalecido sus vínculos con los jugadores, pero que de algún modo le ha perjudicado, como él mismo reconoce. En el tiempo de los entrenadores-estrella, la figura de Del Bosque (comenzará en primavera el periodo de renegociación del contrato, que termina en junio) se asocia a la de un excelente gestor del vestuario, sin un gran predicamento táctico en el equipo. A veces, Del Bosque habla de este prejuicio con amargura, como si su renuncia a los focos de la fama hubiera lastimado la consideración que se tiene de él como profesional.El técnico del Madrid suele decir que no hay éxito sin rigor y que el rigor es para el que lo trabaja. Siempre alejado de los alardes, considera que es hora de retirarle la etiqueta de hábil gestor para valorarle lo que ha hecho con un equipo de metabolismo complicado. Todo ello, sin traspasar un centímetro la línea de discreción que se marcó hace tres años, cuando llegó al Madrid con una interinidad que desactivó a golpe de títulos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.