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Reportaje:

Qué hacer con un premio no deseado

Un concurso ofrece a un humilde albañil elegir esposa entre 20 jóvenes que creían competir por un millonario

La última vuelta de tuerca al género de los reality shows promete la emisión de la mayor estafa sufrida nunca por un concursante en un programa de televisión de Estados Unidos. La cadena Fox creó hace algún tiempo el infausto formato Quién quiere casarse con un millonario, en el que 20 mujeres competían por contraer matrimonio con un rico sin saber siquiera qué aspecto tenía. Aquel compromiso, como cabía anticipar, no duró ni el tiempo que tardaban en pasar los títulos de crédito.

Ahora la misma cadena ha hecho creer a otras tantas mujeres que intervenían en una segunda edición de ese mismo concurso. La Fox ha llevado a las participantes en el casting del amor a París, donde han conocido al supuesto millonario y han visitado uno de los varios castillos que éste decía poseer en la campiña francesa. Durante varias semanas, las concursantes han ido manteniendo relaciones de distinto grado con el protagonista, y casi todas ellas parecían haberse enamorado profundamente de él.

En ese momento de la grabación llega el giro dramático del concurso, que es, al mismo tiempo, una demostración de perversidad mediática y una parodia del propio género. Justo cuando el millonario tiene que anunciar con quién se casa de las 20, las concursantes reciben la noticia inesperada de que el tipo es, en realidad, un albañil que suda lo suyo para llegar a fin de mes.

Los responsables de la Fox han grabado el programa para emitirlo a partir del próximo mes de enero. Prometen un final "espectacular" y reconocen que es un espacio irrepetible porque nunca nadie se volverá a fiar del tamaño de una cuenta corriente en televisión. Aceptan que la idea puede poner sobre la mesa auténticas miserias de la condición humana y de su avaricia innata, pero nadie les niega un cierto nivel de ingenio, en el sentido más grotesco de esta definición.

Sólo media docena de altos ejecutivos de la Fox estaban al tanto del montaje; ni siquiera el equipo de producción desplazado a Francia conocía el giro final del programa, que se llamará La Gran Decisión: la ganadora deberá elegir entre casarse con el albañil o disfrutar a solas de su propio ridículo.

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