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Columna
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Experiencia es todo

Vomitar contra los tatuados muros de los bajos de Argüelles, orinar en las enfangadas letrinas de las fiestas de Pozuelo, intentar detener el tiovivo del dormitorio desde la cama posando una pierna en el suelo no es agradable. El lado oscuro del alcohol siempre eclipsa, inesperado y traicionero, a su faz brillante y seductora. No hace falta que sobrevenga la resaca para que el joven emborrachado se arrepienta de cada sorbo de whisky de garrafón que se extiende por sus venas como una mancha de fuel. Pero para eso hace falta haber bebido.

Un reciente estudio de la Consejería de Sanidad revela que los madrileños se inician en el consumo de bebidas alcohólicas y de tabaco a los 13 años como media. Los esfuerzos del Gobierno por prohibir la venta de ambas sustancias hasta la mayoría de edad, la condena del botellón, la imposibilidad de adquirir alcohol en las gasolineras, las advertencias sobre el peligro de muerte estampado en las cajetillas traban por un lado su distribución pero por otro incentivan su disfrute.

Intentar proteger a la adolescencia mediante el veto no da resultado. Nada se torna más atractivo y excitante que lo maldito, lo clandestino, lo inaccesible. Especialmente a los 15 o los 16 años, edades en las que dos de cada tres jóvenes madrileños se confiesan "bebedores moderados" (consumo semanal de entre uno y 35 centilitros de alcohol). Las medidas censuradoras del alcohol y el tabaco han propiciado como efecto rebote que se anticipe el consumo de cigarrillos y de cubatas en los chavales.

"La educación lo es todo", proclama un eslogan de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. No es verdad. La información es básica, pero no soluciona el problema. La mayoría de los jóvenes saben que el tabaco, la cocaína o el alcohol es perjudicial y crea adicción, pero, aun así, siguen eligiéndolos. Deberíamos preguntarnos y preguntarles por qué y no seguir achacando su consumo a una ingenuidad y desconocimiento irreales.

La responsabilidad por la intoxicación de algunos chicos por pastillas de ácido no sólo debería buscarse en el tráfico y la adulteración incontrolada de las dosis, sino en el propio cliente. El joven envenenado no siempre es un primerizo e inexperto consumidor coaccionado por el ambiente y los amigos, sino un chaval que asume conscientemente los riesgos de comerse una pastilla sin saber exactamente su composición y sus efectos.

Emborracharse o fumar un porro sirve para conocerlo: eso es información, y no un folleto en cuatricromía repartido a la puerta de una facultad o un congreso sobre "jóvenes, noche y alcohol" protagonizado por cincuentones. El mejor aprendizaje lo obtiene el joven de su experiencia, que debe hacerle evaluar las caricias o las puñaladas de una sustancia. Los "bebedores a riesgo" (los que ingieren más de 35 centilitros de alcohol a la semana) entre los 18 y los 64 años consumen la mitad que los quinceañeros. En el caso de las chicas, cinco veces menos. Estos datos no demuestran necesariamente que las generaciones anteriores consumían menos alcohol, sino que, a medida que uno se hace mayor, deja de hacerlo. ¿Por qué? Porque llega una edad en la que uno no sólo es capaz de encontrar alicientes y diversión en la noche al margen de un vodka con naranja, una cajetilla de Lucky o una raya, sino que la experiencia le demuestra que los perjuicios de las "drogas" acaban arruinando a los beneficios.

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Por otro lado, superar la mayoría de edad permite acodarse en la barra del bar y pedir un White Label o dejar de ahumar el baño para encenderse los cigarrillos en el cuarto de estar antes de que los padres se vayan a la cama. Cuando la censura cesa, se apacigua el interés por lo prohibido.

Tras superar una adolescencia en la que fumamos a escondidas en los recreos, regresamos a casa etílicos en el búho y nos rulamos porros en los parques, muchísimos jóvenes ahora tomamos una copita de licor irlandés en las reuniones de sobremesa, nos autoexcluimos en la rueda del canuto y hemos dejado de fumar. Entonces no nos excedimos por desconocer que era malo, y sí precisamente espoleados por la curiosidad, la transgresión y la llamada de lo pecaminoso. Hoy nos hemos moderado porque ya sabemos los favores y las facturas de las "drogas", sus infinitas alternativas y que nada dejará de dar vueltas hasta que no paremos nosotros de darle impulso.

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