Hacia el Espacio Europeo de Educación Superior
Los trabajos iniciados en torno a la creación del llamado "Espacio Europeo de Educación Superior" se han centrado hasta la fecha en tres cuestiones: La definición del Sistema Europeo de Transferencia de Créditos o ECTS, la estructuración de los estudios en dos grandes ciclos, un primer ciclo que tendrá un valor específico en el mercado de trabajo europeo y un segundo ciclo de especialización que conducirá a la obtención de un Master o Doctorado, y la creación de un documento de identificación europeo de los estudios cursados, el Suplemento Europeo al Título.
Pese a que estos tres elementos están reconocidos en la Declaración de Bolonia como objetivos prioritarios para establecer el Espacio Europeo de Educación Superior, la atención que reciben puede dejar en segundo plano otras cuestiones que, en mi opinión, constituyen la materia central del proceso político que conduce a la creación del citado Espacio y que dotan de coherencia a los tres objetivos señalados.
La primera de estas cuestiones es la propia naturaleza del Espacio Europeo de Educación Superior. Creo que las características relevantes de este futuro Espacio son dos: que constituya un espacio educativo atractivo a escala mundial y facilitar la movilidad dentro de él. Respecto a la primera de éstas dos características, se entiende que el Espacio Europeo será atractivo si se constituye como un sistema transparente, en el que resulta posible identificar las competencias adquiridas por cada estudiante o graduado, en el que los procesos educativos desarrollados por las instituciones de Educación Superior puedan ser analizados y evaluados, con la existencia de sistemas de acreditación generales y donde existan elementos que garanticen un mínimo común a todos los sistemas de los diversos estados firmantes integrados en el mismo, con objeto de dotarlo de claridad y facilidad de comprensión.
La segunda característica importante del Espacio Europeo es la movilidad, entendida como movilidad en el mercado de trabajo y movilidad en el sistema educativo. La primera supone el reconocimiento de los estudios y el nivel de competencia alcanzado, en relación con las necesidades laborales en el conjunto de los países integrantes del Espacio Europeo y ha sido suficientemente glosado como justificación de la convergencia en materia educativa. La segunda, de mucha mayor trascendencia para el sistema educativo superior español, es la posibilidad que los estudiantes tienen de continuar sus estudios dentro del Espacio Europeo, pero no necesariamente en su país de origen. Es lo que se ha llamado "movilidad vertical" para diferenciarla de la movilidad de estudiantes y profesores entre instituciones educativas europeas para completar sus estudios o su formación mediante programas de intercambio, que constituiría así la movilidad horizontal. Dado que los estudios tienen un reconocimiento general, los estudiantes podrán optar, a lo largo de su vida, por proseguir sus estudios en aquella institución que ofrezca mayor calidad o que se adecúe más a sus necesidades específicas de formación, abriendo paso efectivo a la competencia europea en materia de educación superior.
Para dotar al sistema de estas dos características es necesario que el currículo formativo de cada estudiante o graduado sea "legible" universalmente, lo que justifica la existencia de una estructura común basada en los ECTS, los dos ciclos y el Suplemento Europeo al Título.
El segundo gran cambio para el sistema educativo superior es el paso desde un sistema basado en la enseñanza a otro basado en el aprendizaje. Esto supone una alteración radical en la forma en que se desarrolla en la actualidad el proceso educativo en España, basado en la transmisión de conocimiento del profesor al alumno, con la clase magistral como instrumento central y, en ocasiones, único, para el desarrollo del proceso. Se trata ahora de enseñar al alumno a aprender. El alumno se convierte así en el centro del proceso educativo, y el objeto principal del proceso es desarrollar su capacidad para acceder a diversas fuentes de información, evaluarlas e incorporarlas para aumentar sus competencias. Los profesores, en este esquema, dejan de ser meros transmisores de conocimiento y evaluadores, para convertirse en asesores y planificadores de las actividades del estudiante, en un entorno personalizado que tiene en cuenta tanto los objetivos del perfil formativo que se desea alcanzar como las capacidades y carencias del estudiante.
Este cambio en el paradigma educativo resulta particularmente crítico en el caso de las universidades españolas.
El nuevo rol de estudiantes y profesores y los cambios en el propio desarrollo del proceso deberían afectar profundamente al modo en que se organiza su actividad, dado que el acento se pone hoy en el desarrollo de la docencia, cuando debería dirigirse a la planificación del aprendizaje, lo que debería incluir nuevos modos de desarrollar el trabajo y de medir la dedicación docente, nuevos procedimientos de evaluación dirigidos a valorar el proceso de aprendizaje y no simplemente el nivel de conocimientos adquirido, la utilización de un amplio catálogo de actividades formativas desarrolladas dentro y fuera del ámbito universitario, la constante evaluación de la calidad de los procesos, y un largo etcétera de cambios que pueden suponer, a medio plazo, una verdadera revolución en la forma tradicional de entender el funcionamiento de nuestras universidades.
Pese a las expectativas positivas que el proceso de convergencia en el Espacio Europeo genera, quiero dejar apuntados algunos de los problemas que la transformación puede originar. El primero se refiere a la excesiva orientación del proceso con relación al mercado de trabajo. Esta orientación, bastante clara en el modelo anglosajón de educación superior que se intenta trasladar al ámbito europeo, puede significar un empobrecimiento en la tradición universitaria continental respecto a las funciones que desempeñan las instituciones universitarias. El segundo se refiere a la necesaria reorientación de los recursos materiales y humanos disponibles. Si algo parece claro es que el nuevo modelo educativo superior no va a suponer una reducción en la necesidad de recursos respecto a la situación actual. Más bien, el éxito del modelo europeo dependerá, en el caso español, de una ampliación de los recursos disponibles, para situar nuestro sistema en línea con los restantes países incluidos en el Espacio Europeo, así como de una eficaz reasignación de los existentes en la actualidad. El tercer problema se refiere a la movilidad estudiantil. Parece claro que si no se articula un sistema de financiación a los estudios que potencie la movilidad en el ámbito europeo, mediante un generoso sistema de becas y préstamos, el Espacio Europeo puede convertirse en un elemento discriminatorio más respecto a quienes cuentan con rentas familiares bajas, en el que las ventajas que puede reportar estarán sólo al alcance de quienes puedan pagar las mejores instituciones y los costes de desplazamiento, fortaleciendo el elitismo que nuestro sistema de educación superior ha logrado reducir en las últimas décadas.
Enrique Villarreal es decano de la Facultad de Economía de la Universitat de València.
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