Más allá de la duda

Jaime Chávarri es un excelente, y también exótico director de cine (ahí están películas de culto como El desencanto para demostrarlo) que de vez en cuando hace alguna incursión en el teatro. En esta ocasión, toma como pretexto de una brillante puesta en escena, muy enfocada hacia la dirección de actores, un texto de David Auburn en el que al hilo de de una difícil prueba de alta matemática se ponen sobre el escenario asuntos de tanta actualidad como la fidelidad a la ambición contrapuesta a la urdimbre afectiva, un tema eterno, aquí muy puesto en razón por el autor, que se sirve de la conducta de dos hijas ante la memoria de su padre muerto, un célebre matemático sobre el que recayó el estigma de la locura.

Basada a medias en hechos reales, la indagación real del texto gira en torno a los límites de la propia identidad una vez elegido, o aceptado, el destino de la conducta, de manera que la excelencia en una actividad arrojará numerosos déficits en otros territorios de la conducta. Cayetana Guillén Cuervo desarrolla con propiedad el personaje de una de las hijas del matemático, que resolverá ser fiel a su memoria por la vía de tratar de entenderlo desde el mundo de los sentimientos, de los afectos, mientras que Chusa Barbero, la otra hija, preferirá un cierto distanciamiento a cuenta de sus logros profesionales. De esa escisión, que seguramente llevó al padre a la locura, nacen las observaciones más atinadas de un texto narrativo, que no carece de un fúnebre sentido del humor, y que Jaime Chavarri ha montado con pulcritud, dejando sonar las palabras del conflicto y centrando el grueso de su trabajo en la construcción de los personajes.