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Columna
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El canon andaluz

Ahora que hemos conseguido que buena parte de los andaluces se hagan rocieros y que hasta los granadinos cuenten chistes de Gandía, que ya tiene mérito, con la mala follá que, como es sabido, tienen los granadinos, aparece periódicamente la ocurrencia de imponer en nuestras escuelas clases de lengua andaluza. Y, digo yo, ¿no sería de más provecho enseñarles a las criaturas el uso correcto de un par de lenguas extranjeras? A partir de ahí, ya valdría todo: desde hacer cursos de orfebrería cofrade, hasta el toreo de salón.

Canal Sur ha resucitado de nuevo la vieja ensoñación que trata de imponer una norma del habla andaluza con una campaña que lleva el enigmático lema-orden de "Habla siempre andaluz". Imagino que esto tiene que ver con el déficit de autoestima que alguien en la Junta nos diagnosticó recientemente y para lo que ya nos recetaron en su momento lo de la "Andalucía imparable". Se parte de la idea -francamente pesimista- de que por lo visto hay andaluces que sienten vergüenza de hablar como hablan. Tengo muchas dudas de que esto sea cierto, y, si lo fuera, creo que es una materia cuya solución no correspondería a la televisión pública, sino al área de salud mental del SAS.

Entre aquellos que logro reconocer, en la campaña se encuentra un futbolista con gracejo que aparece en los muñecos del Plus y una serie de profesionales que tienen su herramienta de trabajo en la palabra y, por tanto, se toman la molestia de vocalizar. Entre ellos abunda el prestigioso seseo que se suele identificar con el "habla culta". Siempre me ha sorprendido que se pusiera como modelo el habla de Caballero Bonald -que no cabe duda de que habla muy bien y, lo que es más importante, lo hace con mucha inteligencia- y se excluya del canon a los que cecean, como, por ejemplo, Muñoz Molina. No hay que ser muy mal pensado para ver en esto un resabio clasista: el mismo que late tras esas apoteosis del señoritismo de medio pelo en que se han convertido nuestras mal llamadas "fiestas populares". Seré muy bruto, pero sigo sin entender qué utilidad tiene este tipo de montajes. En Andalucía, cada uno habla como le sale de la memoria o del código genético, qué sé yo. Y que sea por muchos años.

Pero si no le encuentro utilidad a estas ocurrencias, sí se me plantean serias pegas. En donde vivo, en la provincia de Málaga, cada día se perciben más acentos diferentes. Es un fenómeno que no tardará en extenderse a la mayor parte de la región. Hay andaluces -lo son porque viven y trabajan aquí- que han venido buscando el sol o huyendo del hambre y ni sesean ni cecean: tienen acentos del Magreb, de Alemania, de Ecuador, de Gales, de Colombia, de Escocia, de Holanda, de Argentina o de Rumanía. Ponernos a juguetear con la idea de un habla andaluza unificada es ahondar en el mortal -o, más bien, asesino- concepto de "hecho diferencial", que tantos horrores -pero también tantas subvenciones- ha generado en la reciente historia europea.

Dejémonos de bromas: ¿por qué no hacer campañas cívicas sobre valores universales que nos vendría muy bien introducir en nuestras vidas? El ahorro, por ejemplo: nuestra economía nos lo agradecería mucho. Pero eso debe de ser cosa de calvinistas y aquí seguimos en la Contrarreforma, tratando de avanzar a golpes de gubia. A ver a dónde llegamos.

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