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Columna
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Figo, muérete

Nada es una sola cosa y, en cierta forma, todo es una tapadera, un escondite, la parte de atrás de algo. No sería de ese modo si éste no fuese un mundo cínico, pero por desgracia lo es cada vez más, sobre todo ahora que la globalidad obliga a los mentirosos, los deshonestos y los truhanes a engañar a todo el mundo todo el tiempo. El cinismo se parece al agua, no tiene ni principio ni fin y una vez que se pone en marcha no hay quien lo pare, es como un alud, porque una mentira no es más que el principio de otra y ésta de otra y otra y otra, hasta tal punto que los mentirosos terminan creyéndose invisibles o por lo menos invulnerables, como si sus mentiras fuesen una armadura. Fíjense en Fraga, cazando cínicamente en Aranjuez mientras el veneno devoraba las costas de Galicia. Fíjense en esos diputeros del PP en la Asamblea de Madrid que se dedicaban electrocínicamente a ver páginas pornográficas en sus ordenadores oficiales mientras una política del PSOE hablaba de los derechos de la mujer: uno de ellos ha sido multado por su partido, creo que ejemplarmente, y ha dimitido de sus cargos menores, según dice, para que la oposición no use su viscoso error en contra del PP. ¿Cuánto se parece uno a sus errores, en qué medida son un mapa o un plano de quien los comete? Igual el pornógrafo debería preguntarse eso, recoger sus bolígrafos y marcharse a su casa a ver tías en bolas por Internet, en lugar de esconderse tras la rivalidad política entre el PP y el PSOE para transformar las cosas en lo que no son. Ya lo ven: cinismo, puro y simple cinismo.

O fíjense, sin ir más lejos, en lo que se está diciendo sobre el partido de fútbol de la semana pasada entre el Real Madrid y el Barcelona. No sólo se trata de la versión azulgrana del asunto, según la cual que el Real Madrid saliera al Camp Nou en lugar de rendirse fue una provocación; que Figo tirase los saques de esquina que tira siempre, fue una provocación y que los jugadores merengues no se dejaran acertar por las pelotas de golf, botellas, mecheros, naranjas, bolas de billar, cabezas de cerdo, monedas y cuchillos que les arrojaron desde las gradas, fue una provocación. Y qué decir de Gaspart, excepto que da pena ver cómo hace que el Barcelona pase de ser un gran club a ser un pequeño circo. Señoras y señores: con todos ustedes, Gabi, Fofó, Miliki y Gaspart.

Quizá lo que habría que preguntarse es dónde empieza el problema de la violencia en los campos de fútbol y en qué punto la rivalidad deportiva se convierte en una guerra, de dónde sale ese odio que enturbia los Madrid-Barça y los convierte en una batalla de madrileños contra catalanes más imbécil todavía cuando en los equipos casi no hay ni madrileños ni catalanes, sino que son, afortunadamente, mis brasileños contra los tuyos, mis franceses, españoles y portugueses contra tus argentinos u holandeses. Las aficiones de los dos equipos están formadas por gente normal que va al estadio a divertirse, pero sufren un cáncer ultra que existe sólo porque los dirigentes no quieren curarlo. En el Bernabéu, resulta repulsivo asistir en cada encuentro a los gestos, pancartas y gritos fascistas de los radicales, tener que oír lo que les gritan a los jugadores vascos o catalanes desde el fondo sur. La inmensa mayoría de los espectadores asistimos a ese aquelarre semanal con una mezcla de estupor, rabia y asco. La mayoría, nos preguntamos por qué el Madrid de Florentino Pérez, tan mejorado en casi todo, sigue teniendo miedo a arreglar ese problema, cuando hay miles de personas esperando para hacerse socios del club y llenar los asientos de esos provocadores a quienes deberían echar a la calle. Los ultras son los que más apoyan, dicen en los clubes, los que atemorizan al contrario, y ahí, en ese argumento cínico, es donde empieza el problema.

En el Camp Nou hay un grito que se repite cada tarde de partido: "Figo, muérete; Figo, muérete; Figo, muéreteee". Seguro que a Gaspart y compañía les hace mucha gracia. En el Bernabéu se corean cosas similares. Hasta que los dirigentes dejen de reírle esas gracias a los ultras, el problema no se solucionará. Es más, irá a peor. Cualquier día, unos cuantos cerdos tirarán una cabeza humana al campo.

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