Envenenar
Contra el Madrid, el Barça volvió a desaprovechar otra oportunidad de progresar adecuadamente. No me refiero sólo al equipo, que confirmó su solidez defensiva a cambio de descubrir su abulia ofensiva y el desconcierto de su medio campo, sino también a esa parte del público que insiste en inyectarse el veneno del agravio, una actitud que sólo contribuye a expandir el imparable ascenso del madridismo. En el Camp Nou, un error arbitral desequilibró el partido y Figo nos remató con su chulesco sentido del dominio escénico. Gaspart dice que el portugués provocó al público, lo cual es cierto sólo en parte porque Figo no incumplió ningún reglamento -hizo lo que nos gustaba que hiciera cuando era uno de los nuestros- mientras que los que le lanzaron los objetos sí transgredieron la ley, a sabiendas de que su actitud le costará al club el cierre del campo, una multa del carajo y el deterioro de su imagen. Lamento discrepar de los que dicen que la suspensión de 16 minutos fue exagerada: sirvió para enfriar los ánimos y evitó males mayores.
Gaspart dice que lleva muchos años en esto del fútbol y que nunca había visto nada igual. Yo tampoco imaginaba que un hincha capaz de correr por el Bernabéu con una bufanda del Barça y totalmente fuera de sí pudiera llegar a ser presidente del Barça algún día y ya ven, ahí está, zanjando temas y punto. Que él hable de provocación es otro de sus chistes; un chiste malo que, como siempre, matizará hasta la extenuación con su habitual discurso cantinflesco, jaleado por parte de esa prensa que confunde simpatía con amiguismo, hasta lograr que la paja en el ojo ajeno haga olvidar la viga en el propio. Pongamos que fueran 50 las personas que lanzaron objetos. O 200. Son una minoría comparadas con el resto de los aficionados, que no abandonaron su asiento pese a la lluvia y al juego de un equipo entregado y dominador, pero que se permite el lujo de sacar a Saviola y Overmars sólo a seis y 13 minutos del final respectivamente.
La afición, pues, respondió globalmente con entereza y, dada la rivalidad reinante, con responsabilidad, expresando su legítimo desprecio por la arrogancia del rival. Pero la minoría que desprestigió al club y al fútbol con el lanzamiento de teléfonos móviles, botellas y otros objetos voladores identificados es la que, por desgracia, constará en acta. ¿Que Figo se lo buscó? Eso me recuerda las discusiones de patio de colegio, cuando te pillaban machacando a un compañero y, para defenderte, decías: "Ha empezado él". Pero, viendo la reacción de nuestro presidente, nada me sorprende. Al final, los jugadores se dieron la mano y me consta que muchos aficionados de ambos equipos también se tomaron una caña juntos porque la sangre nunca debe llegar al río. Los que sólo saben vivir del pasado, en cambio, anclados en rencillas que ya deberíamos haber superado, contribuyen a que nos mantengamos en esta pertinaz decadencia, desdramatizando los gravísimos desmanes de unos cuantos cafres o tolerando el discurso, construido sobre medias verdades, de una directiva agotada y de un técnico que insiste en imponer una visión obtusa del fútbol. Una visión que, fiel a la tradición de los últimos 25 años, no admite críticas -el diálogo de Van Gaal con el periodista argentino confirmó la pésima educación de nuestro entrenador- y que, por tanto, niega uno de los grandes alicientes de este deporte: la diversidad de puntos de vista.
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