Sobre el horror
La diferencia con cualquier escritor mediano que haya pasado por la militancia, la represión y el destierro es que Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) se resistió a cualquier estética superficial del victimismo. Basta repasar sus libros del exilio europeo, donde la tragedia personal y colectiva no lo cerró, sino al contrario, al influjo de su encuentro con José Ángel Valente y la profunda lectura de los místicos castellanos y los poetas judeoespañoles. Gelman mostró entonces que el desgarro no puede nombrarse sino mediante alguna forma del extrañamiento.
Recién salido de una Argentina tomada por un régimen minuciosamente criminal, en cuya masacre habían caído un hijo suyo de 20 años, Gelman adoptaba las máscaras de Santa Teresa de Ávila, de San Juan de la Cruz, de Ibn Gvirol o Yehuda Aleví. Cuando ese "éxtasis" (es decir, ese "estar fuera") no ponía el acento en la persona, lo señalaba en la propia lengua. La cima de este recorrido es Dibaxu (1994), un difícil y bello ejercicio de recuperación del castellano medieval de los sefardíes. La importancia de Gelman radica, precisamente, en no haber sido nunca un poeta intercambiable.
VALER LA PENA
Juan Gelman Visor. Madrid, 2002 157 páginas. 8 euros
En sus últimos libros, sin embargo, se esboza una ansiedad por referir el dolor sin mediaciones. De este modo, Valer la pena vuelve a plantear la cuestión de las posibilidades de la poesía después del horror; pero Gelman quiere, además, escribir sobre el horror, y así aparecen páginas acerca de El Vesubio y Automotores Orletti, sendos campos de detención durante la dictadura de Videla, entre 1976 y 1983. Más allá de las reminiscencias de Paul Celan, en estas páginas se confunde un poco la denuncia y su sublimación, el testimonio y su casi imposibilidad, hasta dar en lo que Gelman llama "el fracaso del corazón". Aparece entonces el riesgo del sentimentalismo, visible en cierta facilidad del neologismo: "Se amujera", "deslugar", "se tierniza", "apagación" o "despasión". Este último figura en varios pasajes, incluido este homenaje algo apresurado: "Gracias, compañero Cernuda, / gracias por recordarnos la nobleza humana / en este tiempo de la despasión".
Quizá Valer la pena necesite de una perspectiva de tiempo para comprender su alcance. Mientras tanto, conviene quedarse con los momentos en los que sigue inventando ritmos y formas, como esa rara corriente de consciencia que traza el poema más largo (El río) o como la capacidad para oír aún la voz sencilla y grande de Raúl González Tuñón: "Está quieta la tarde en el café. Pasa / la niña que pide y / se llama Marí...".
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