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Entrevista:Menchu Gutiérrez | NARRATIVA

"El deseo es una fuente de conocimiento"

Sostiene Menchu Gutiérrez que los pensamientos son deseos disfrazados de orden. De eso, del deseo, de cómo pensarlo y nombrarlo sin anularlo trata Latente. Como todos los suyos, también éste es un libro fronterizo en el que la narración y la reflexión conviven con la poesía. Nacida en Madrid en 1957 y afincada en San Sebastián, la autora de La mujer ensimismada acaba de traducir para Siruela El concepto del alma en la antigua Grecia, de Jan N. Bremmer. Actualmente prepara una biografía de San Juan de la Cruz: "Es lo máximo. Y no sólo los poemas, también las prosas". La publicará la editorial Omega y tendría que haberla escrito José Ángel Valente, que murió antes de culminar su trabajo.

"Hoy ser realista es ser pesimista. Pero el afán uniformador no se corresponde con la realidad"
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PREGUNTA. Latente es un libro sobre el deseo, pero parece recorrido por la muerte.

RESPUESTA. El libro es una experiencia límite de los sentidos. Me interesa el deseo que no termina con su satisfacción. Por eso existe siempre en tiempo presente. Y un deseo que no tiene fin remite constantemente al final.

P. ¿El deseo es un sentido más?

R. Como experiencia extrema, surge un sentido totalizador que contiene a los demás, que entonces resultan indiferenciados.

P. Pero es muy físico, sexual.

R. Sí, me muevo en la tensión entre materialización y sublimación.

P. ¿La mezcla de narración y poesía trata de reflejar esa tensión?

R. Nace de la necesidad. No hay demasiado cálculo. ¿La poesía? No la circunscribo a un lenguaje. Es la semilla de todos los géneros.

P. ¿No separamos demasiado a menudo el alma del cuerpo?

R. Constantemente vivimos la sensualidad y la racionalidad como paradojas insolubles. Yo intento ir a la esencia, pero no para acotar y reducir, sino para mostrar la potencialidad infinita del deseo.

P. ¿La razón es una puerta o un muro?

R. La razón no deja de existir a través de los sentidos. Un científico decía que la física no deja de ser una colección de lecturas de la realidad. La razón se construye con lecturas que llegan a través de los sentidos. El deseo es una fuente de conocimiento.

P. ¿Y qué se aprende?

R. Los místicos lo aprendieron todo. Aunque esa experiencia final es instranferible, pertenece a la experiencia. Pero la aspiración es trascender los sentidos. ¿Es posible trascender los sentidos a través de los sentidos? Ésa es la cuestión. Se trata de ir un paso más allá. Y ni siquera se puede hablar de pasos, porque la palabra no puede ir más allá. Éste no es un libro de certezas.

P. ¿Nace de una insatisfacción? Cuando se habla de trascender parece que hay algo previo que no gusta.

R. Es que el deseo está en todo. Es un motor de la vida. ¿Por qué caminamos, porque estamos hablando ahora...? Siempre hay algo incompleto.

P. ¿Cómo se mueve un escritor en el límite de lo que no puede escribirse?

R. El verdadero valor de la palabra poética es conseguir que no esté designando y reduciendo, sino todo lo contrario. Eso que sólo se puede experimentar.

P. ¿Y eso cómo se traduce en algo concreto al escribir?

R. En este libro.

P. Claro, qué pregunta.

R. Bromas aparte. Es que no se puede explicar más. O yo no llego. Es como definir la poesía. Puedes poner a alguien en camino de entender la experiencia poética, pero explicarla...

P. ¿No es una contradicción que las palabras aspiren a no significar nada?

R. Para poder significarlo todo. No estar en ningún lugar concreto para estar en todas partes. La voz de la imaginación es muy importante. Construye situaciones que no pueden darse en la realidad pero son comprensibles desde este lado. Un cadáver que desea convertirse en un cuerpo vivo no es, evidentemente, una notica para el periódico, pero también puede estar ahí.

P. ¿Cómo ha lidiado con un tema tan manido como el erotismo?

R. Cuando se habla de deseo, el erotismo siempre está presente. El objetivo del deseo es la unidad, fundirse en otro ser. El deseo vive en estado latente porque busca acabar algo inacabado. Es la propia naturaleza.

P. La parte de su libro que sucede en el campo parece una pura cosmogonía, los escenarios urbanos son más complicados. ¿Qué se pierde en la ciudad?

R. Es fácil perder la escala del tiempo y de la vida. En las vidas que están programadas de ocho a ocho no hay tiempo ni para la enfermedad.

P. Usted ha traducido a George Steiner. ¿Comparte su pesimismo respecto al futuro de las humanidades?

P. Hoy ser realista equivale a ser pesimista. Este afán uniformador en el que vivimos no se corresponde con la realidad, no produce satisfacción a nadie. Hace poco leí un ensayo de Roger Bartra sobre la melancolía en el Siglo de Oro en el que apuntaba que este principio de siglo es profundamente melancólico, y que esa melancolía se fundamenta en el desarraigo. En los periodos en los que hay grandes movimientos de masas surge la melancolía, ese flotar en una nada. Este tiempo de cambios culturales no asimilados, por la velocidad, con grandes desequilibrios, genera un mundo melancólico. Si se hiciera una lectura correcta de esa melancolía se llegaría a la conclusión de que los libros de entretenimiento son un parche que sólo funciona a corto plazo. Hay hambre de otras cosas.

P. ¿No hay algo de escapismo en la melancolía?

R. Si te faltan vitaminas, tienes una avitaminosis... Digamos que la melancolía es un resultado espiritual y vital. Claro que puedes fomentar la melancolía, pero también puedes convertirla en una fuente de conocimiento. ¿Con qué se cura? ¿Con un cómic? No creo.

P. ¿No cree que la literatura tenga una función social?

R. ¿Ante una guerra todos tienen que ser soldados?

P. ¿Un escritor no puede hace nada?

R. Muy poco. Hay muy pocas cosas de cierta trascendencia que un escritor pueda hacer. Tampoco se puede decir que no pasa nada. Hay cosas que suceden, incluso con lo más insignificantes. Hay tantas decisiones por encima de uno... ¿Función social? Es inevitable que la literatura tenga un efecto de esa naturaleza, pero cuando se plantea como punto de partida es muy preocupante. Se tiende a caer en el panfleto. Pero, inevitablemente, hay libros que alimentan, que guían, que tranquilizan.

P. Dígame un libro que alimente.

R. ¿Uno reciente? Elogio de lo insípido, de François Giroud.

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