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Columna
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Azuar

José Luis Ferris

Tarde o temprano, la vida se nos parte en dos como un petrolero herido en alta mar. También le ocurre a los poetas y a los hombres de bien, pero con la diferencia de que éstos, cuando expiran, derraman sobre el mundo una sustancia fértil que beneficia a cualquier ecosistema y purifica el alma de esas islas perdidas que somos usted y yo, la vecina del quinto y todos los que moramos este mundo.

Rafael Azuar se nos acaba de ir y hay que ver cómo lo extrañan ya las palomas de las plazas, el otoño en persona, los campos amarillos que le vieron, tierra adentro, desparramar la simiente de su sabiduría, el mar con todo el atributo de sus siglos azules, la rosa que preside su último poema y las gentes que escuchan, todavía, la honda travesía de su voz. Por si alguien no lo sabe, Azuar ha sido y es para las letras alicantinas de la centuria que se nos fue un escritor necesario, discreto y profundo, algo así como el maestro de una escuela de guardia a la que podemos acudir a cualquier hora (una tarde parda y fría de invierno es lo más aconsejable) para escuchar el trueno de su palabra. Pero Rafael ya no está. Se murió el pasado domingo entre sus cosas, al amparo de Pilar y de madame Colette, de la hermosa Kyra y el bueno de Machado. Sé que Azorín y Miró le entornaron la mirada, que Rimbaud se encargó del sudario y que Vallejo tuvo el detalle de avisar a algunas flores. Eso es todo. Cuando Teresa Ferrer me llamó para darme la noticia me acordé del encuentro que tuvimos no hace mucho, pero, sobre todo, del pasado año, cuando publicamos Verso y prosa, su último libro, ése que me confió con un guiño de premoniciones: "Noviembre, lluvia cerrada. / Ciernen los ángeles nácares, / lloran las fuentes ocultas...". Atrás quedan ya Los zarzales, Modorra, la novela con la que obtuvo el premio Café Gijón, sus ensayos, sus prosas y, sobre todo, el verso encendido de La lucha elemental, Perlas del silencio, Primera antología...

Rafael Azuar ya no está entre las cosas vivas, pero la sustancia que ha vertido en el mar de los mortales es tan beneficiosa para el equilibrio ecológico que les emplazo a zambullirse en cualquiera de sus versos, a comprobar la pureza de la espuma.

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