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Turquía: de Giscard a Leyla Zana

Turquía es un país candidato al ingreso en la Unión Europea (UE) que, sin embargo, está todavía muy lejos de poder cumplir satisfactoriamente los criterios (llamados de Copenhague) exigibles para su adhesión. Ésa es la única distancia que separa a Turquía de la Unión y que puede medirse en cada momento por la misma vara que se ha utilizado para los 10 Estados que están a punto de finalizar sus negociaciones. Y en esa distancia no cabe añadir metros escandalosamente subjetivos como los utilizados por Giscard d'Estaing o por el Partido Popular Europeo.

¿Que Ankara está en Anatolia y que esa Península no forma parte del territorio "geográficamente europeo"? ¿Que la cultura de sus habitantes no es idéntica a la alemana o la francesa? Produce hasta rubor tener que recordar que en esas tierras encuentran los turistas -bastantes con sorpresa, es verdad- muchos de los restos arqueológicos de la Grecia clásica, la primera piedra de Europa, esa "palabra antigua"...

¿Que el ingreso de Turquía, por su dimensión humana y económica, sería el fin de la UE porque disolvería sus estructuras? Hagamos la ampliación al mismo tiempo que dotamos a la Unión de una Constitución que culmine la unión política y social, a partir de la Convención, sin perder más tiempo, que ese será el mejor remedio para tal enfermedad.

¿Que la mayoría de sus habitantes son musulmanes e islamista el partido ganador de las elecciones? Convivimos en Estados laicos que han puesto en marcha un proceso de construcción europea laico también -por mucho que se empeñen algunos en cambiarlo- donde la religión es cuestión privada y no motivo de discriminación.

A mí lo que me importa del próximo Gobierno de Ankara es que ponga en marcha reformas constitucionales y legales que conviertan a Turquía en un auténtico Estado de derecho, más allá de las medidas adoptadas el pasado verano; que consiga que se respeten los derechos humanos y no se registren más torturas y detenciones arbitrarias; que reconozca y ampare los derechos del pueblo kurdo; que respete la legalidad internacional en Chipre; que mantenga relaciones de buena vecindad con Grecia. Y que ponga en marcha medidas de desarrollo económico y social para sacar al país de un atraso secular.

Ése es el mensaje que la Unión debe enviar a Turquía tras las elecciones, y no el de Giscard o el del PPE, que sobre todo hacen un daño terrible a las fuerzas políticas (como los socialdemócratas, el segundo partido en las elecciones), económicas y sociales comprometidas con modernizar el país en un sentido inequívocamente democrático.

Cuando en diciembre de 1995, como ponente de la Unión Aduanera UE-Turquía propuse al Parlamento Europeo no dar su dictamen conforme a la misma (lo que me aleja, creo, de cualquier sospecha "proturca"), no utilicé en ningún momento la subjetividad de la que hoy hacen gala algunos, sino un argumento más sencillo: acuerdo a cambio de reformas democráticas. Entonces no las hubo, hoy empieza a haberlas y el reto es empujarlas hacia adelante.

Juzguemos al próximo Gobierno por sus hechos y al país por sus verdaderas posibilidades. Porque para Europa debe pesar más en la balanza, por ejemplo, que la antigua diputada Leyla Zana, premio Sajarov a los Derechos Humanos del Parlamento Europeo 1995 -la recuerdo con emoción apretándome la mano cuando la visité en la misma prisión en la que todavía sigue por delitos de opinión-, esté en libertad que saber si a Giscard las penínsulas siguen cayéndole gordas.

Carlos Carnero, eurodiputado socialista, es miembro de la Convención Europea y de la Comisión Parlamentaria Mixta UE-Turquía.

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