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Reportaje:FÚTBOL | Modestos con historia

La brutal paliza de cada semana

Los árbitros no profesionales siguen víctimas de la falta de seguridad y las agresiones sin que el fútbol encuentre remedio a su drama

Juan Morenilla

Pilar Guerra, árbitra del colegio castellano-leonés, de 20 años, todavía tiene los ligamentos de la rodilla izquierda lesionados. El hueso se le encasquilla cuando corre. Se tiene que vendar fuertemente la rodilla. Son las secuelas, las físicas, que arrastra de una salvaje agresión que sufrió a los 16 años. Tras un encuentro de cadetes, el entrenador del Laguna le dio dos puñetazos en la cara y numerosas patadas en la rodilla, el vientre y los ovarios. Pilar estuvo seis meses de baja; él dijo que no sabía que era una chica, fue denunciado e inhabilitado como entrenador.

Sin medidas de protección ni seguridad, expuestos a la enajenación de cualquier "loco" que acude a un campo de fútbol, arriesgando su integridad física por un bajo salario, los árbitros de las categorías inferiores "se la juegan" cada fin de semana. Eso le pasó a Pilar, quien pese a todo continuó con valentía en el arbitraje. Eso le pasó también hace diez días a Antonio Morales Zamorano, el árbitro gallego agredido por Jonathan Rodríguez, jugador juvenil del Santa Cruz de Arrabaldo, y por su padre, su madre y su hermana embarazada al acabar el partido ante el Covadonga, en Orense. "Me quedé en un estado lamentable, no me reconocí en el espejo. Tuvieron que romperme la camisa para reanimarme", cuenta Morales, que sufre un gran hematoma en un ojo y lesiones en la mandíbula y la cabeza.

Los encuentros de fútbol base y regional están salpicados de ataques. Los árbitros acuden desamparados, sin protección policial, ya que las fuerzas de seguridad son muy escasas y visitan los campos en coches patrulla. "Hace años había siempre una pareja de grises. Ahora no hay ninguna seguridad", dice Bernardo González, secretario del colegio madrileño de árbitros. Muchos encuentros incluso se suspenden porque la policía no garantiza la seguridad.

La hoja de sucesos del arbitraje en las categorías inferiores es larga y cruel. Hace dos años, un jugador le desencajó la mandíbula a puñetazos a un árbitro madrileño. Por enseñarle una tarjeta amarilla lleva dos intervenciones en la boca, 6.000 euros gastados en el dentista y un aparato corrector; también hace dos temporadas, en Utiel (Valencia), 25 guardias civiles tuvieron que rodear al árbitro y sus jueces de línea con porras y las pistolas en el aire ante una avalancha de 400 espectadores; un colegiado de Vilastro (Alicante) llegó a orinar sangre por las patadas sufridas en sus testículos tras un partido; otro cerca de Cartagena fue alcanzado por un ladrillo en la cabeza; hace ocho días, en Avilés (Asturias), un árbitro recibió varios puñetazos de un espectador mientras otro le inmovilizaba; pedradas, brazos rotos, árbitros en camilla, y sus vehículos rayados, con las ruedas pinchadas o los cristales rotos. Ése es el balance del fútbol que no se ve en la televisión. También otros deportes se han contagiado. El pasado octubre un jugador de fútbol sala del Isla Cristina, en Huelva, le arrancó media oreja izquierda al árbitro que le expulsó.

Las sanciones federativas consisten en suspensiones y cierres de campo, y sólo multas económicas si media una denuncia judicial. La federación gallega ha propuesto al Comité de Competición una sanción de cinco años al futbolista que agredió al árbitro Morales Zamorano en Orense y la clausura del campo del Santa Cruz hasta final de temporada. Los colegiados gallegos no han arbitrado este fin de semana la mayoría de competiciones locales en señal de protesta. También los árbitros de La Rioja estuvieron en octubre tres semanas de huelga por la falta de seguridad.

Sin embargo, las agresiones se repiten. En el País Vasco, los clubes han de solicitar la presencia de fuerza pública la semana antes del partido, pero la norma tiene poco valor. La mayoría de veces, como en otras comunidades, la policía no aparece y son los propios directivos de los equipos los que se encargan de la seguridad. En Guipúzcoa, por ejemplo, no hay fuerza pública en ningún encuentro hasta la Segunda División desde los años 80, por miedo de la policía "a recibir atentados". "Los árbitros se han acostumbrado a que no haya seguridad", dice un directivo del colegio guipuzcoano.

Los casos de agresiones se multiplican a final de temporada, cuando la tensión en los partidos es mayor. En muchos, ante la ausencia general de colegiados, actúan árbitros con poca experiencia; y la escasez de colegiados provoca que encuentros de Primera Regional tengan que dirigirse sin jueces de línea.

Las soluciones a esta creciente violencia pasan, según árbitros y directivos, por una vuelta al civismo y por implantar en el niño la idea del juego como diversión y no como competición. "Los papás y las mamás son el peligro más grande. Se creen que sus hijos son figuritas", coinciden en la mayoría de colegios arbitrales de España. Y el número de árbitros en España baja alarmantemente. Los que empiezan se asustan, se desilusionan; y los que ven el arbitraje desde fuera no ven ninguna motivación en recibir insultos y arriesgarse a agresiones. "Hoy ya nadie entra en esta profesión... y sin árbitros no hay fútbol".

Antonio Morales, tras ser agredido por un juvenil y sus familiares  hace unos días.
Antonio Morales, tras ser agredido por un juvenil y sus familiares hace unos días.EFE

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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