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ANÁLISIS
Columna
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Las siete y media

LA NOTICIA DE QUE LA MUJER de José María Aznar, actual presidente del Gobierno, aspira a emprender una carrera pública autónoma -más allá de servir de acompañante a su marido en los actos oficiales o partidistas- ha despertado en los medios un interés a medio camino entre la información política y la crónica rosa. Las incertidumbres sobre el campo de aterrizaje escogido finalmente por Ana Botella para su desembarco mantendrá viva la curiosidad durante semanas o meses.

El anuncio no ha provocado la torrencial catarata de comentarios injuriosos, machistas y despectivos de carácter personal vertidos sobre Carmen Romero cuando la mujer del anterior jefe del Gobierno, Felipe González, decidió presentarse a las elecciones al Congreso en 1989. Tan sólo el presidente de la Junta de Extremadura se ha permitido un desafortunado comentario sobre las mujeres casadas que se dedican a la política para vencer el aburrimiento; las críticas de orden político o ideológico formuladas por algunas militantes socialistas han guardado las exigibles reglas de cortesía en los debates democráticos. Los feroces ataques de dirigentes y publicistas del PP contra Carmen Romero desbordaron, en cambio, el marco admisible de la polémica con las soeces palabras de su portavoz Luis Ramallo: 'La democracia española corre el peligro de parecerse al régimen de Ferdinand e Imelda Marcos'. Todavía hoy la diputada popular Ana Mato -'encantadísima' con la candidatura de Ana Botella- mantiene el infundio de que la veterana militante socialista Carmen Romero no había hecho política antes de que su marido fuese presidente del Gobierno en 1982.

La entrada en política de la mujer de Aznar no ha provocado los feroces ataques personales dirigidos en 1989 contra la esposa de Felipe González por su decisión de ser candidata al Congreso

Aznar ha dicho con toda razón que su mujer no tiene más derechos que otras personas para dedicarse a la política activa, pero tampoco menos; produce bochorno que todavía resulte necesario -como lo continúa sien-do- recordar esa obviedad. Las dudas sobre el encaje de Ana Botella -la bala de plata electoral del PP, según un adulador comentario del director de El Mundo- dentro de la estrategia competitiva de su partido aún no han sido despejadas. Sólo las listas abiertas del Senado permiten mostrar inequívocamente el plus personal que los candidatos añaden a la capacidad de arrastre de las siglas partidistas; también los cabeza de lista destinados a ocupar la jefatura del Ejecutivo, las presidencias autonómicas o las alcaldías marcan la diferencia- para decirlo en lenguaje deportivo- respecto a la formación política que los presenta a los comicios. Resulta casi imposible, en cambio, calibrar la influencia sobre los resultados en las urnas de los demás miembros de una candidatura.

No es fácil ni concluyente, así pues, enjuiciar en términos de rentabilidad electoral la eventual inclusión de Ana Botella en la candidatura municipal madrileña del PP de Madrid encabezada por Alberto Ruiz-Gallardón. En el juego de las siete y media, el apostante corre el peligro de perder tanto si se planta y no pide carta como si se arriesga y solicita otro naipe; el peligro en el primer caso es no llegar, y, en el segundo, pasarse. ¿Cuáles serían los efectos sobre los votantes madrileños de la incorporación de la mujer del actual presidente del Gobierno a las listas del PP para el Ayuntamiento de la capital? ¿Ayudaría a mejorar los resultados, quitaría votos a la candidatura o resultaría finalmente indiferente? A la hora de medir o de pesar los factores en juego, algunos aficionados a los enfoques ideológicos sostienen que la presencia de la mujer de Aznar movilizaría el apoyo ultraconservador receloso con Ruiz-Gallardón, pero alejaría a los electores centristas y pragmáticos inclinados a votar al actual presidente de la Comunidad: quedaría entonces por saber cuál es el saldo resultante de esas sumas y restas. Tampoco cabe infravalorar, en cualquier caso, la capacidad potencial de Ana Botella para disputar a la candidata socialista Trinidad Jiménez el respaldo de las mujeres en cuanto tales, por encima de sus creencias.

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