Surrealismo
Lunes 4 de noviembre. Comisaría de policía de Pozuelo de Alarcón. Ocho y trece minutos de la mañana. Colas a la entrada para pasaporte y DNI. Vamos a presentar una denuncia. Nos dejan pasar. Entramos. Se nos envía a la sala de espera. Hay ya una persona esperando. En la puerta de la sala de denuncias, un cartel pegado con cinta adhesiva indica casi violentamente: 'Esperen a ser llamados'. Esperamos.
Ocho y veinte. La señora de la limpieza nos desaloja de la sala de espera, fregona en mano: 'Esperen a que se seque'. Esperamos. Se nos ve impacientes recorrer la entrada de la comisaría, de la máquina de café al vacío mostrador de recepción, una y otra vez.
Ocho y cuarenta. Una funcionaria de uniforme pasa ante nosotros y nos espeta, como si le hubiésemos mencionado a sus difuntos: 'No se puede entrar hasta que esté seco'. Esperamos. Nueve de la mañana. La puerta se abre. La persona que ya estaba allí a las ocho y trece entra.
Nueve y doce minutos. Sale.
Nueve y veinticinco minutos. La puerta se abre. Un sonriente agente de uniforme nos invita a entrar. Se disculpa: 'Los lunes, ya se sabe... Además, hay cambio de turno y acaban de fregar. Y este suelo tarda tanto en secarse...'. Presentamos nuestra denuncia. Afortunadamente, no es más que una estafa. Salimos con la copia de nuestra denuncia a las diez menos diez. España va bien.
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