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Reportaje:

De las latas Campbell a la sopa boba

Los gigantes oceánicos de la Isla de Pascua sirvieron a Giacometti y a Max Ernst para crear una bacanal de formas surrealizantes. Si el espíritu de los muertos de las Islas Salomón llevó al primero a obsesionarse por la idea de unas rocas 'que esconden una fruta en su interior' -para Jean Arp eran 'piedras que están llenas de vísceras'-, los pájaros papuanos de Nueva Guinea inspiraron al pintor alemán para su Espárrago lunar (1935). Un año antes, en uno de los capítulos de su novela-collage Une semaine de bonté, Max Ernst dibuja, junto a una figura rapa-nui que se mira al espejo, una mantis religiosa que devora a un macho después de la cópula. La imagen del festín sedujo a André Breton y Paul Eluard hasta el punto que ambos competían para ver quién tenía la mejor colección de estos insectos. Durante horas, los observaban en sus jaulas, con sus rostros afilados y sus descomunales ojos saltones.

El arte de la comida y la plaga del hambre en las artes visuales han tenido a lo largo del siglo XX diferentes chefs

La alta cocina caníbal de da-

daístas y surrealistas, con una dieta a base de amor a dentelladas, tuvo su primer exponente en el Manifiesto antropófago de Oswald de Andrade, donde el espejo en el camino lo ponían las costumbres sangrientas de los tupinamba brasileños. Tupy or not Tupy, ésa era la cuestión. Sin olvidar la paranoia gastronómica de Dalí, cuyo plato principal, Gala, se servía sin aliño. El pintor ampurdanés relata en su Vida secreta (1942) un encuentro con los periodistas en su primer viaje a Nueva York: 'Me preguntaron si era verdad que acababa de pintar un retrato de mi mujer con un par de chuletas fritas sobre el hombro. Contesté que sí, salvo que no eran fritas, sino crudas. ¿Por qué crudas? -preguntaron-. Les dije que porque mi mujer también era cruda. Pero, ¿por qué las chuletas junto con mi mujer? Contesté que me gustaba mi mujer y me gustaban las chuletas y no veía ninguna razón para no pintarlas juntas'.

Para Dalí, el canibalismo era la respuesta a un deseo afectivo, aunque en sus delirios papilo-gustativos llegó a preferir los alimentos que tenían una fuerte anatomía: los erizos de mar, el pescado, el marisco, las barras de pan... Sólo llegó a aborrecer la sopa y el puré, lo que no le impidió en la noche histórica en que conoció a Andy Warhol -el 7 de febrero de 1966- darle el relevo como nuevo Narciso frente al cristal empañado de la cultura de masas. En aquella fiesta de la Velvet Underground, el bigote bufalino del proteínico Dalí cedía la brillantina a la peluca albina. A partir de ese día, el grito de guerra cultural fue: '¡Que coman sopa!'.

El arte de la comida, o más concretamente, el hedonismo culinario y la plaga del hambre en las artes visuales, ha tenido a lo largo del siglo XX diferentes chefs con dos y tres estrellas Michelin. Es cierto que el proveedor de la abacería conceptual, Marcel Duchamp, no tenía gran afición por la belleza convulsa comestible; prefería los perfumes, las fichas de ajedrez y los cristales rotos. Sólo una vez le apretó el gusanillo; entonces decidió meter dentro de una jaula unos azucarillos, un capricho un poco pesado e inmasticable porque, en realidad, estaban hechos... de mármol.

El verdadero padre espiritual del llamado Arte de la Comida o Eat Art fue Daniel Spoerri, quien desde su galería-restaurante de Düsseldorf (Restaurant Spoerri, 1970) proclamó que los alimentos perecederos eran arte. Sus Fallenbild o Tableau piège (cuadro trampa) en los que crea escenas de sobremesa sin comensales, o su famoso Rollmposglas (frasco de arenques en vinagre, 1968), donde había colocado una etiqueta que decía: 'Atención, obra de arte -de conservación limitada-', formaron parte del curioso ultramarinos europeo y norteamericano de los sesenta y setenta, en cuya despensa también cabían los objetos de chocolate y de moho de Dieter Roth, el Meat Joy de Carole Schneemann, el Orgienmysterientheater de Hermann Nitsch, los mejillones de Marcel Broodthaers, los bocatas de Wolf Vostell, la sopa de Warhol, los paisajes de delicattessen de Dorotee Selz o la espectacular acción de Antoni Miralda en Barcelona, Merengue Hotel Oriente, una inmensa cúpula fálica teñida de azul, rosa y malva ideada para celebrar la aparición del primer número de la revista erótico-política YES, y en el que la guinda era una actriz de strip-tease dispuesta a revolcar su cuerpo desnudo en el merengue.

De la compleja relación entre comida, cultura y comunicación trata la muestra que cierra el ciclo de exposiciones Salamanca 2002, Comer o no comer. 220 piezas de 100 artistas resumen la coquinaria del arte del siglo XX en las dependencias de la antigua prisión provincial. La exposición se plantea como una serie de entrecruzamientos de obras y tendencias basados en una 'combinatoria' alimenticia que quiere evitar las flatulencias propias de la retórica historicista.

Pero hay riesgos, más o menos

felices, como cuando se junta en la misma sala a Duchamp, Billingham y Nan Goldin con el más bien soso Antonio López; la Cacerolada del Big Mac Santiago Sierra, se proyecta muy cerca de las fotografías y el vídeo de Gordon Matta-Clark; o Sarah Lucas, la reina del colesterol, se nos indigesta al lado de Joseph Kosuth y Piero Manzoni (Merde d'artiste, 1961). Si hablamos de feminismos (un movimiento que en los setenta fue catalizador del reencuentro con las narrativas cotidianas y la fractura de la dicotomía espacio público/privado) se reúnen en el mismo ámbito y con fortuna las obras de Martha Rossler, Judy Chicago y Rosemarie Trockel.

Además del histórico Spoerri, destacan los múltiples de Joseph Beuys, los Georges Brecht (Table and chairs, 1962), Broodthaers (La soupe de Daguerre, 1974), Joan Brossa (El invitado, 1986-1990), el Hambre (1924) y las fotolitografías de Georg Grosz, el Café Bravo (1998) de Dan Graham, el Tostador de pan (1967) de Richard Hamilton, las revistas de John Heartfield (años treinta), el Pulpo (1995) de Jeff Wall y, cómo no, las sopas de Warhol, nunca pretexto ni precedente de la sopa boba en que se han convertido la mayoría de bienales y acontecimientos artísticos internacionales. Dinamita p'a los pollos.

Sin caer en lo pantagruélico, en esta exposición sobran pocos nombres, aunque la selección esté hecha a ojo y sin recetas.

Comer o no comer. Centro de Arte de Salamanca. Avenida de la Aldehuela, s/n. Comisarios: Carlos Jiménez, Darío Corbeira y Eugeni Bonet. Del 23 de noviembre al 19 de enero de 2003.

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