De premiado a castigado

Difícilmente hay otro club en el mundo como el Barça en el que cualquier incidente, por menor que sea, se utiliza como excusa para escrutar el comportamiento de los distintos estamentos de la entidad. Tal que necesitara probarse cada jornada para convencerse de su funcionamiento, a diario genera tanto ruido que resulta difícil separar el grano de la paja. Ya ha ocurrido con Iván Carrillo, un barcelonista que cuando sea directivo difícilmente mantendrá la notoriedad de la que ha gozado como aspirante a entrar en la junta. Más o menos ha pasado lo mismo con Víctor Valdés, cuya actitud no tiene defensa y, por tanto, no admite segundas lecturas ni interpretaciones. La indisciplina del portero era tan obvia, reprobable y sancionable que la intervención del presidente ha servido tanto para zanjarla como para magnificarla.
Nadie había reclamado, por otra parte, la titularidad de Víctor Valdés, un chico de 20 años que, como a muchos de su generación -Cassano puede ser un ejemplo mejorado-, no sólo no hace falta que le digan que es el mejor del mundo, sino que es mejor no recordárselo. A la que se ha sentido importante, Valdés ha perdido el encanto que le daba aquella zamarra negra con la que no sólo dignificaba el puesto de portero, sino que tenía enamorada a la hinchada del Miniestadi.
Fue Van Gaal quien le puso por delante de Enke y de Bonano en una decisión que provocó escalofríos en la tribuna, cosquillas en los fondos y excitación entre la crítica. Y al entrenador le correspondía quitarle y reincorporarle. La aparición de Gaspart, consecuentemente, sólo puede interpretarse como un acto de paternalismo en un club que no logra profesionalizarse.
Más que notoriedad, a Valdés le conviene anonimato, por no decir que le iría bien un tiempo en el cuarto de las ratas, porque una cosa es ser malo, que no es precisamente el caso, y otra distinta portarse mal.
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