'Soy fiel a las obras, no a quien las crea, porque no trabajo a las órdenes de nadie'
Alfred Brendel (Weisenberg, Moravia, 1931) sabe negociar. Sobre todo sus vicios. Ésta es una entrevista pactada. Avisados quedan. El pianista, que pasa por reinar, junto a Maurizio Pollini, en el universo de su instrumento, que tocó el lunes en Madrid dentro del ciclo organizado por Scherzo y patrocinado por EL PAÍS, actúa hoy en Barcelona y mañana en Zaragoza, es reacio a aparecer en los medios de comunicación. Lo evita, salvo si se le hacen ofertas que no puede rechazar. 'Si nos recibe, maestro, le llevamos una copia de Bienvenido Mr. Marshall, de Luis García Berlanga', se le propone. 'De acuerdo. Pero, ¿no tienen Calle Mayor, de Bardem?', regatea. Y al final accede.
El cine es el arma y secreto para convencerle. Y de donde sea. El cine español, también. 'Pienso sentarme frente a una pantalla cuando me retire y ver una película tras otra', afirma Brendel en un inglés pausado, con marcado acento centroeuropeo que no le ha abandonado ni después de 30 años de residencia continua en Londres. También emplea su seductora sonrisa de dientes salidos y sus ojos azules de sabio que se niega a dejar de sorprender.
Se sienta con las piernas cruzadas y las hace bailotear. 'Vi Calle Mayor hace años y me gustó mucho. Pero de los españoles, lo que más me interesa es el primer Carlos Saura, el de Cría cuervos y también Mamá cumple 100 años, y sobre todo Buñuel', afirma. 'Buñuel porque es una figura crucial en la cultura del siglo XX. Mi favorita es El fantasma de la libertad, pero todas sus otras películas están entre las que prefiero', dice.
Brendel inunda la conversación de referencias al arte, a la literatura, a la filosofía, a las vanguardias... Y deja patente que cuánto más se sabe de todo, mejor se toca el piano. 'Me interesan los surrealistas, pero yo soy dadá. Me gusta el absurdo, me inspira. Ellos decían: 'Dadá odia la estupidez y ama el absurdo'. O también: 'Un verdadero dadá está en contra de dadá'. Eran más interesantes. Los surrealistas eran más disciplinados y estaban politizados', explica.
Y predicaban el caos, uno de los pilares vitales del maestro Brendel. De hecho, un libro escrito a base de conversaciones con él tiene un aforismo de Novalis que habla del tema. 'Se titula The veil of order (El velo del orden) y viene a decir eso, que una obra de arte surge del caos pero sólo se forma como tal cuando aparece el velo del orden'.
Es cuando aparece el intérprete también. Algo que en su caso es radical. Va por libre, no se somete, y el lunes, en Madrid, impactaron sus interpretaciones de Schubert, Bramhs y Mozart por su fresca naturalidad. Él explica el secreto: 'Yo no enseño mi naturaleza, sino la de las piezas. Trato de escucharlas y que me digan qué debo hacer con ellas. Pero también sé que no puedo prescindir de mí. Yo les doy vida y no soy alguien que obedece', afirma.
Y va más allá. Primero es la obra, después el compositor: 'Yo soy fiel a la obra, no a quien la crea porque no obedezco órdenes. Ella es prioritaria porque el autor, cuando acaba su trabajo, la abandona y vive por sí misma, hace su camino y resuelve sus conflictos', afirma.
Lo importante es tener claras las prioridades. 'Son dos: conocer la estructura y el carácter de las piezas. No importa en qué orden. Lo he explicado en mi libro Alfred Brendel o music, que no está traducido al español', afirma. La escritura es su otra pasión. Concretamente el ensayo y la poesía. 'Estos recitales por España serán los últimos de este año. Después me encerraré a leer, reflexionar y escribir poemas. Lo hago dos meses al año, en invierno', asegura quien escribe originalmente en alemán y tiene traducida su poesía al francés, holandés, inglés e italiano.
El humor en Beethoven
En ellos están también sus reflexiones sobre Mozart, 'necesitas control para interpretarlo bien, es muy difícil hacerle justicia, cuestión de calidad', asegura. O Beethoven, cuyas Variaciones Diabelli, que tocará en Zaragoza y Barcelona, define así: 'Son la mejor obra para piano, la más impresionante, por una razón: por su sentido del humor. Beethoven demuestra que en música se puede ser gracioso', afirma.
El futuro lo tiene unido al compositor alemán y a su propio hijo Adrian, violonchelista, de 26 años. 'Haremos una gira juntos con la obra de Beethoven para chelo y piano, y también lo grabaremos', afirma. Y se permite la libertad de dar consejos contundentes para que sus jóvenes colegas alcancen la profundidad que él ha conseguido: 'Deberían estudiar composición. Aunque no se dediquen a ello, deben intentarlo porque entender cómo se ha concebido una obra cambia tu mentalidad'.
De lo que se cuece en el mundo no quiere ni hablar, pese a que es un intelectual activo. 'Soy muy pesimista. Creo que los problemas globales deben resolverse con soluciones globales, pactadas, en cooperación, y no se hace así'. ¿Y con música? ¿Se pueden resolver los problemas con música? 'No me hago ese tipo de ilusiones', responde.
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