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Tribuna
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Lenguas y normas

El próximo martes comenzará en la Universitat de València el séptimo Col.loqui Internacional de Problemes i Mètodes d'Història de la Llengua, que centrará su atención en La configuració social de la norma lingüística a l'Europa llatina. En principio, podría parecer que un encuentro como éste, organizado por el Institut Interuniversitari de Filologia Valenciana, queda reservado a especialistas. Sin embargo, como en el País Valenciano se sabe por una larga y triste experiencia, los debates sobre normativas lingüísticas, tanto si se quiere crearlas ex novo como si se pretende introducir modificaciones precipitadas en las vigentes, suelen dar lugar a consecuencias peligrosas. Es lógico. Cada lengua es una composición social y las convenciones sobre su representación gráfica, precisamente por ser convenciones, no dependen sólo de decisiones técnicas

Las propuestas de cambios tropiezan en primer lugar con la rutina de los usuarios de la lengua escrita. Cuanto más consolidado esté el hábito de usar una regla, más resistencia encontrarán los intentos de modificarla, aunque los especialistas puedan aportar las mejores razones sobre la conveniencia del cambio. Si nos situamos fuera del campo de trabajo de este coloquio y pensamos en la reforma realizada hace unos años en la normativa del alemán, veremos que las resistencias fueron claras y en algún caso avaladas por la opinión de escritores tan prestigiosos y tan poco 'tradicionalistas' como Günter Grass.

El encuentro será un buen observatorio para comparar la penetración de las normativas en países constituidos en estado y en aquellos que tienen un poder administrativo inferior. En él participan expertos con perspectivas muy distintas, porque el estatus políticamente reconocido a las lenguas de que hablan son también diferentes. Así lo revelan, por ejemplo, los títulos de las intervenciones de Eric Beaumatin, Las claves de una normativización exitosa: el espacio francés, y José Antonio Pascual, La norma y el mercado de la comunicación en español. Por razones casi siempre externas, el catalán, el gallego, el eusquera, el occitano, como el aragonés o el asturiano, no pueden presumir de mercados de comunicación potentes, de una completa uniformidad normativa o de un grado similar de aceptación de las normas respectivas por todos sus usuarios. Y, sin embargo, el futuro de cada lengua está indefectiblemente marcado por la capacidad social para continuar haciendo de ella vehículo de relación y de cohesión y para convertirla consecuentemente en un valor en el mercado de la comunicación.

A nadie escapa la importancia de éstas y otras cuestiones desde la perspectiva del País Valenciano. Aquí, determinados sectores, dotados de un poder sociopolítico fuerte y eficaz, han creado un clima gravísimo de confusión sobre la normativa del catalán local, precisamente para impedir que la completa aceptación conseguida por las Normes de Castelló (1932) tuviese su pleno desarrollo a partir del momento en que el valenciano recuperó la oficialidad y entró en los ámbitos docentes. En toda normativa son posibles y en ocasiones necesarias las modificaciones técnicas. Ahora: a nadie se le ocurre que la acción de los sectores locales a que aludo esté inspirada por una neutral voluntad de mejora. Programar la secesión lingüística es atacar de raíz las posibilidades de viabilidad de la lengua de cara al futuro y su conexión con el mercado cultural y comunicativo que la garantiza.

El coloquio que comienza en la Facultat de Geografia i Història el próximo día 12 y cuya sesión final tendrá lugar un mes más tarde, ofrece una ocasión inmejorable para abordar, en profundidad y ante la presencia de datos y realidades muy distintos, problemas que afectan al conjunto de los ciudadanos, puesto que todos son usuarios al menos de una lengua escrita. Se relacionan también con las opciones políticas e ideológicas, con el mundo de las nuevas tecnologías y de la industria de la comunicación. Con tantas y tan importantes implicaciones, nadie podrá ciertamente suponer que se trata de un temario para eruditos. Ni cabe esperar ni se debe desear que los ponentes lo aborden desde ese sentido.

Francesc Pérez i Moragón. Institut Interuniversitari de Filologia Valenciana.

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