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El derecho de adopción de gays y lesbianas divide tanto a laboristas como a conservadores en el Reino Unido

La moderna Gran Bretaña que reniega de la moral victoriana no parece aún preparada para que las parejas de gays o de lesbianas puedan adoptar hijos. La propuesta, presentada esta semana por el Gobierno de Tony Blair en el Parlamento, ha provocado divisiones entre los conservadores, pero también entre los laboristas. Todo indica que el proyecto de ley iba a ser aprobado anoche en los Comunes pero será paralizado de nuevo hoy en la Cámara de los Lores, con lo que quedará herido de muerte. Lo más probable es que el Gobierno se conforme con enviar un nuevo proyecto de ley en el que las parejas de hecho heterosexuales, pero no las homosexuales, tengan derecho a adoptar.

La homosexualidad sigue siendo un tabú en un país en el que el ambiente nocturno es extraordinariamente liberal en ciudades como Londres o Manchester, pero donde sigue siendo ilegal que dos personas del mismo sexo se besen en la calle, que practiquen la penetración anal si hay terceras personas en la misma casa o que los ayuntamientos promuevan actividades que puedan considerarse proselitismo de la homosexualidad.

El Gobierno quiere presentar más adelante una propuesta para acabar con estas anomalías, lo que promete hacer estallar de manera espectacular las contradicciones que se viven estos días en el Partido Conservador. Aunque la propuesta de ley sobre adopción quedará aparcada porque un amplio grupo de lores laboristas se opone a ella, son los tories quienes viven con más angustia el factor homosexual. Mientras en las grandes proclamas de futuro se juramentan para no parecer un partido homófobo, las cosas cambian cuando se trata de abordar la vida cotidiana.

El gris y discutido líder conservador, Ian Duncan Smith, ha exigido a todos los diputados tories que voten contra el proyecto de ley, provocando así la dimisión de un destacado miembro de su gobierno en la sombra, John Bercow, en protesta por el puritanismo de sus compañeros de partido. Bercow, casado desde hace unos meses con una simpatizante laborista, ha pasado de ser un cachorro del tatcherismo a convertirse en uno de los campeones de la apertura de los tories a las nuevas realidades sociales. Exactamente igual que Michael Portillo, que ayer se sumó también al puñado de diputados dispuestos a desafiar el puritano voto que les exige el líder del partido.

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