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Columna
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Los turcos

La Unión Europea es latina y sajona, blanca y cristiana y pronto será todavía más blanca y más cristiana en cuanto se incorporen los piadosísimos eslavos de Polonia y los más tibios creyentes de Hungría, Eslovaquia, Chequia y Eslovenia, y también los níveos vecinos de Estonia, Letonia y Lituania, que son el contrapeso báltico de los nuevos socios chipriotas y malteses, isleños mediterráneos que viven muy bien gracias al turismo y a la navegación. La Unión Europea crece por el oriente y algún día también será balcánica, cuando Rumanía y Bulgaria mejoren sus cifras y reduzcan sus mafias, y cuando, más lejos, serbios y croatas escondan o disimulen sus odios. Y es posible, incluso, que más adelante la Unión Europea también sea musulmana, aceptando a la modestísima Albania, a la mínima Macedonia, a la dolorida Bosnia-Herzegovina y al Kosovo martirizado, y así quedarán sólo fuera del mapa la confusa Moldavia, la inasequible y multimillonaria Suiza y los ukranios y bielorrusos, hoy bajo control remoto de Moscú.

Todo eso es posible, e incluso probable, pero lo que todavía parece quimérico es que Turquía, ese gran país que refulge en Estambul, el inmenso amigo de Occidente, pueda formar parte de la Unión Europea. A Turquía le pusieron la proa hace muchos años en los gabinetes de Bruselas y desde entonces sólo recibe silencios y retrasos, y más de una humillación, pues no deja de ser extraño que la caótica y dudosamente democrática Rumanía de hoy conozca ya el año de su ingreso en la UE mientras los anatolios continúan bajo mínimos. Turquía, es evidente, tiene gravísimos problemas económicos y políticos, y muy notables carencias educativas, sanitarias o en materia de infraestructuras, y eso sin hablar del conflicto kurdo. Pero la ceguera de Europa no puede ser más grande aún que esos problemas. La mano tendida hacia Occidente y hacia Europa que acaba de ofrecer el victorioso islamismo moderado turco tiene que ser el principio de una fecunda y larga amistad. De un encuentro que le conviene a los turcos, le conviene a la paz y le conviene a la Unión Europea.

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