' Placeres de ayer y hoy
La amplitud temporal de la programación define, en parte, la filosofía de un teatro de ópera. El Real está fijando con criterio las bases de esa ampliación hacia el pasado: Monteverdi o la ópera española, en años anteriores, y, ahora, Händel. La primera cuestión que se plantea es cómo hacer hoy la ópera barroca. ¿Con grupos especializados, con las orquestas habituales de los teatros? Y, en el terreno escénico, ¿con enfoques estéticos actuales o, más bien, tratando de recrear el espíritu de la época? El Real optó por mantener a su orquesta titular con la dirección del especialista Rinaldo Alessandrini, y dejó la responsabilidad teatral a un monstruo de las bambalinas como Luca Ronconi. La elección de Alessandrini y Ronconi determina el carácter de la representación. La orquesta se sitúa en un lateral al fondo del escenario, como en los platós de televisión. El director musical pone lo que un espectador llamaba con gracia el 'piloto automático' y se centra exclusivamente en los instrumentistas, sin establecer una complicidad directa con los cantantes. El sonido que saca de la Sinfónica de Madrid es bonito, dulce, homogéneo, equilibrado, de bombonera. Se escucha con placer. Quizá excesivo. La amabilidad deja aparcados los conflictos, las tensiones de la partitura.
Giulio Cesare in Egitto
Ópera en tres actos de Georg Friedrich Händel. Director musical: Rinaldo Alessandrini. Director de escena: Luca Ronconi. Con Jennifer Larmore (Julio César), María Bayo (Cleopatra), Brian Asawa (Tolomeo), Catherine Wyn-Rogers (Cornelia), Laura Polverelli (Sesto), Federico Gallar, Sergio Foresti y María José Suárez. Orquesta Sinfónica de Madrid. Nueva producción del Teatro Real en colaboración con el Teatro Comunal de Bolonia. Teatro Real, Madrid, 1 de noviembre.
Dos grandes pantallas indican, ya de entrada, que el peso de las proyecciones complementarias va a ser determinante. Ronconi reivindica los valores actuales del barroco: sobre todo, desde el cine. Hace una síntesis de diferentes épocas. Domina bien el espacio, pero tiene una necesidad imperiosa de contar el farragoso libreto, tal vez para que los espectadores no se pierdan y no les ocurra lo que a los de la época del estreno, que se auxiliaban de velas suministradas por el teatro para ir leyendo de qué iba aquello. La idea global de Ronconi es acertada; la plasmación teatral de la misma no es siempre clarificadora. Entre unas y otras cosas se va desvaneciendo la emoción directa, base de la música de Händel. Cuando ésta aparece, en el final del primer acto, por ejemplo, con el maravilloso dúo entre Cornelia y Sesto, con las dos cantantes en trance de dolor, Alessandrini, acompañando con extraordinaria sensibilidad y Ronconi dejando fijas en las pantallas unas imágenes sugerentes de las pirámides, entonces salta la magia y la música se muestra en todo su esplendor inmediato y humano, como generadora y alma de las pasiones. El trabajo intelectual de Ronconi y su equipo es agudo. Las evocaciones paisajísticas y las ruinas artísticas de la Historia son estimulantes. Los momentos más emotivos de la ópera están resueltos con humildad, potenciando por encima de todo al cantante. El público recibió su trabajo con división de opiniones, aunque con más signos de aprobación que de rechazo.
Aplaudió, sin embargo, prácticamente todas las arias o dúos, algo realmente insólito en una première del Real. Ninguna de las actuaciones vocales individuales fue redonda, pero todas ellas tuvieron sus momentos de grandeza. Jennifer Larmore y María Bayo no alcanzaron el punto sublime que lograron con esta ópera, pongamos por caso, en Lisboa en 1994. Ello no quiere decir que sus actuaciones fuesen deficientes. Al contrario. Las dos mostraron solvencia técnica y expresiva, facilidad en las coloraturas y sentido dramático. La magia irresistible puede venir en cualquiera de las próximas funciones. En la de anteayer destacó vocalmente la sensación de conjunto. En una ópera de extrema dificultad como ésta no es poco. Es posible que al paso de los días se obtenga una mayor capacidad emotiva. El pasado viernes la representación de Giulio Cesare tuvo en más de un momento el freno de mano puesto.
Babelia
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