La realidad en carne viva
El catolicismo barroco destiló una serie de formas e imágenes de patética eficacia al poner el arte al servicio de la defensa de la fe, tales como la serie de dramáticas esculturas policromadas de las que se ve manar la sangre a borbotones, o las estatuas de mártires cuyas cabezas y cuellos cortados muestran músculos y vísceras sanguinolentos. En este tipo de obras se dan la mano realismo y artificio con el fin de sobrecoger el ánimo de la feligresía. La Contrarreforma necesitaba de estos artificios para que los fieles no sucumbieran ante los placeres de la carne.
La defensa de la fe católica se extendió desde la Península hasta los territorios de América, así en Brasil muchas de las formas del barroco popular cobraron una exuberancia sólo pareja a la de su vegetación. No es extraño que, corriendo los tiempos, algunas de las formas más exageradas de la posmodernidad vengan ahora de tan fértiles territorios, como es el caso de la obra de Adriana Varejão (Río de Janeiro, 1964).
ADRIANA VAREJÃO
Galería Soledad Lorenzo Orfila, 5. Madrid Hasta el 16 de noviembre
Es necesario situarse entre la desmaterialización conceptual y el barroco popular para poder comprender el sentido pleno de las últimas obras que esta artista nos muestra. Son sorprendentes trabajos en los que se sirve de la materialidad y la carnalidad para desarrollar un arte posconceptual basado en la ironía del absurdo. Con sus obras genera unos escenarios de ficción dominados por ese terror que puede emanar de entornos cotidianos. Son pinturas tridimensionales que se presentan como fragmentos de paredes y muros forrados de azulejos que, extraídos de la demolición de una vivienda barata, hubieran sido reubicados en la galería de arte. Sin embargo, estos muros en vez de haber estado construidos con ladrillos y argamasa están formados por masas compactas de carne y vísceras que se muestran como emergiendo de una pesadilla. La eficacia de la simulación es tal que permite que en estas obras se mezclen el horror surrealista con el discurso conceptual en lo que parece ser un intento de recuperar la pintura representativa.
Toda la capacidad de mimetismo pictórico es puesto aquí al servicio de una realidad fantástica. Los muros forrados de baldosines serían dignos del pincel de Zeuxis intentando engañar al ojo incauto del espectador. La carne que supuestamente conforma el muro parece salir de un paquete de la casquería pero, al contrario de lo que sucede con las escatologías del barroco, no se pretende aquí asustar al crédulo feligrés, sino de extremar unos procedimientos retóricos experimentando con unos medios plásticos que parecían agotados pero que, tras las prácticas de la posmodernidad (las referencias a Lucio Fontaana son explícitas), permiten una nueva reutilización. Así, por ejemplo, tras los desbordamientos escultóricos, las performances, las 'instalaciones' y el empleo de tecnologías virtuales en el arte, lo que parece plantear Adriana Varejão es la pervivencia de la pintura como género artístico, para ello, tras atravesar todas las experiencias de la simulación posmoderna, por medio de estas obras tridimensionales genera imágenes de lo real que superan los principios de la realidad al servirse de una fantasía desbordada y una técnica muy depurada.
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