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Columna
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Miedo

Es necesario tener en cuenta que el espectro no sabe que es el espectro, y el vivo no sabe que es el vivo -lo más seguro es que ambos estén equivocados-, relativismo que se nota en el momento en que la película se acaba y empieza el último telediario. A veces uno se pellizca para comprobar si no está soñando, o peor aún, muerto y enterrado. De pronto va y sale un espíritu que no había usted invocado. Al espectro hay que decirle: 'Usted es un fantoche y nadie le ha invitado a mi casa'. Tras lo cual se hace necesario cambiar de canal para dejar a la aparición con la palabra en la boca.

Pero, ¡ay!, no siempre consigue deshacerse uno tan fácilmente de un espectro, sobre todo si es un profesional, con tablas y una buena cobertura de ultratumba. Espectros de todas las nacionalidades y que desempeñan altos cargos en el mundo tenebroso se las arreglarán para colarse una y otra vez en su casa, sin que usted se percate apenas de ello, hasta que se familiarice con sus caras y les considere miembros de su propia familia, de lo que se deduce que si no aparecen a la hora de comer usted se sentirá abandonado por el horror.

Usted, como todo el mundo, necesita sus sustos cotidianos, los sustos son necesarios para vivir, qué hubiera sido de Hitchcock y de Amenábar, en fin. Los sustos mejoran la circulación, aumentan la capacidad de reflejos y favorecen la desaparición del hipo, así que no les extrañe que, siendo un servicio público importante, los espectros desempeñen una labor social. ¡Déjese asustar, hombre! ¿No ve que ellos lo hacen con la mejor intención del mundo? ¿No ve que del susto se aprovecha todo?

El miedo es como un cerdo orondo cuyas partes han sido cuidadosamente marcadas. Hay chuletas de sobresalto, longanizas de nudo en la garganta, salchichas de canguelo y jamones de pánico. El miedo es productivo.

Los cocos no pierden su trabajo cuando crecemos. Por el contrario, crecen con nosotros y creen que su cargo es vitalicio. Su misión es asustarnos, y se lo toman muy en serio. No me hablen ustedes solo de los hombres del saco, en plural. Ni de los que le sacan a uno la asadurilla. Por favor, háblenme también de otros miedos. De otros terrores cuyas fronteras son tan abstractas que nunca hemos llegado a vislumbrarlos del todo. No obstante, todos los miedos valen, públicos o privados. Esta noche de Halloween -que me perdonen o que se jodan los anglófobos- en Euskadi, el terror adquirirá formas lúdicas, por una vez. El miedo será divertido.

Tal vez lleguemos a la conclusión de que no es nuestro propio miedo el que nos atemoriza, sino el miedo que sienten los demás por nosotros. No hay nada peor que dar miedo creyendo que se consigue respeto. Sin embargo, esta noche está permitido que todo el mundo se transforme, por unas horas, en espectro. Que los que tienen miedo sientan lo que sienten los que lo producen.

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Elija bien su disfraz: policía, terrorista, político o empresario. De acuerdo, es sota-caballo-rey, pero es que en este país parece que solo existen esas cuatro cosas. De todas formas, también puede disfrazarse usted de enterrador, que nunca pasa de moda.

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