El otro árbol de Guernica
Dicen que alguien ha visto a Picasso de nuevo en su estudio, pintando. Han visto a Picasso en blanco y negro, rojo hasta el codo su brazo bañado en la sangre que chorrea del pincél que sostiene en alto. Dicen, quienes lo han visto, que de un descomunal lienzo en blanco sale un toro brutal, sale un caballo herido, sale el ojo de la noche...
Cuentan los que dicen haberlo visto (no lo cuento yo; yo sólo digo lo que men han dicho quienes lo vieron) que una madre grita al cielo y en sus brazos se le muere un niño muerto; que en el suelo yace un hombre roto; que una mujer huye del fuego; que un pájaro se ahoga, con el pico abierto... Eso cuentan los que lo vieron. Yo no sé si habrá sido un sueño, un sueño sólo, sólo un mal sueño. Pero yo he visto un roble viejo, que agoniza hendido por un rayo que no cesa. He visto en el mapa que Guernica era enorme, que extendía sus fronteras hasta Santa Pola, hasta Madrid, Barcelona y Valencia, hasta Sevilla y Leiza. Y que los hijos naturales de aquella Legión Cóndor, como antaño, la bombardean. En una taberna celebran, pistola en mano, nuestros lutos, nuestros silencios, nuestros muertos y nuestras penas, con un hacha y una serpiente encima de la mesa. Hoy somos todos Guernica, una Guernica inmensa: somos caballos heridos, escombros y cenizas en los ojos, mujeres que lloran, rotos yacemos en el suelo, nos quedamos viudos y huérfanos sobre las aceras... ¿Quién se reunirá ahora en torno a este viejo roble enrojecido de vergüenza? ¿Quién lo riega con sangre ajena? ¿Quién lo tala y lo anega? ¿Quién deseca su madera, lo astilla, lo incendia? ¿Qué frutos dará su cosecha? Si este árbol hablase, para crecer libre pediría sólo paz, ni agua, ni aire ni tierra.
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