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Reportaje:

Fantasmas de la memoria rural

La mitad de las aldeas abandonadas de España se concentra en la Galicia interior

Xosé Hermida

'La memoria se va y ya no tiene vuelta'. Sus 82 años no parecen una carga pesada para Daniel Besteiro mientras se mueve con soltura entre las pequeñas junglas de maleza, los muros desdentados de las casas en ruinas o las vigas podridas y balanceantes. Donde más le hiere la edad a Daniel es en la memoria, y bajo el esqueleto polvoriento de lo que fue la casa de su hermana, mantiene una lucha silenciosa contra los recuerdos que emergen y desaparecen al instante. 'Esta escalera la hice yo, allí estaba el horno, y aquí la cuadra, y ésta era la cocina... ¡Cuántas juergas nos corrimos aquí en las matanzas del cerdo!'. Besteiro llevaba años sin ir a Soutomerille, y eso que no vive a más de cinco kilómetros. Pero rehuía la soledad de esta aldea deshabitada durante más de tres décadas, uno de esos depósitos de piedras y musgo que crecen sin parar en el avejentado corazón de la Galicia interior.

En una parte de la España rural se abre paso este paisaje mudo de ruinas y abandono. La despoblación del campo ha convertido localidades enteras en decorados fantasmales, recuerdos de un modo de vida en proceso de extinción. Sólo entre 1996 y 2001, se vaciaron 434 pueblos, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Yacimientos para los arqueólogos del futuro proliferan en Asturias, en Castilla y León, en algunas partes de Andalucía y, sobre todo, en Galicia, que suma la mitad de los de toda España. Con el censo aún sin completar, la Xunta contabiliza ya 262 aldeas deshabitadas. Los datos esconden ciertos matices, porque Galicia es un sinfín de pequeños racimos de casas, a veces no más de dos o tres, dispersos por todo el territorio. Ese laberinto suma 32.000 núcleos de población, la mitad de los de España. Con todo, la estadística ilustra la crisis demográfica de Galicia, cuyo número de habitantes ha descendido un 1,31% en la última década, mientras el total español crecía un 5,08%.

'Un día nos pondremos enfermos y ya no habrá quién nos dé un vaso de agua'. Camino de la aldea abandonada de Soutomerille, Besteiro explica lo que está pasando en el pueblo vecino de Romeán, donde él vive. 'En esa casa no hay nadie, los de ésta murieron hace poco...', repite en una letanía nostálgica. 'Todos escapan. El transporte escolar ya sólo lo cogen cuatro niños'. Sus dos hijos se fueron hace tiempo, uno a Canarias y otro a Ferrol. Él se ha quedado solo con su mujer. No se arrepiente: 'Aquí vivo tranquilo. No me gustan las cosas de la ciudad'. Lo que está sucediendo en el mundo rural gallego es una consecuencia demorada de la hemorragia emigratoria de los años 60 y 70. 'Como los que se marchaban eran los jóvenes, el fenómeno se acelera ahora por razones biológicas', apunta el sociólogo Andrés Precedo, responsable de la Secretaría de Desarrollo Comarcal de la Xunta, que coordina un programa de recuperación de aldeas abandonadas.

Las cinco casas de Soutomerille quedaron vacías sin tiempo a conocer la luz eléctrica, a mediados de los años 60. La aldea, que atraviesa un ramal del camino de Santiago, estaba bien situada, en el municipio de Castroverde, a apenas 15 kilómetros de Lugo, adonde se podía ir a diario en el coche de línea. Pero todos encontraron un motivo para marcharse. La familia Besteiro se fue con un hijo sacerdote destinado a otro lugar de la provincia. El coronel del Ejército que vivía junto a la iglesia se estableció en A Coruña, y los propietarios de la tienda donde se reunía toda la vecindad para escuchar la radio se mudaron a Lugo. 'Cuando murió la señora Filomena, que estaba sola, ya no quedó nadie', recuerda Jesús López Besteiro, un sobrino de Daniel que vivió en la aldea hasta los cinco años. Ahora sólo permanecen en pie los recintos sagrados. La capilla, construida en 1619, que hace poco acogió una primera comunión y donde los Besteiro siguieron reuniéndose durante años, cada primero de septiembre. También resiste el cementerio, porque algunos de los que se fueron en vida regresan de muertos: la última lápida data de 1988.

'En cierto modo, esto es un proceso natural', argumenta Precedo. 'Pero hay razones para recuperar estos lugares: la conservación de un patrimonio, de una cultura, de un modo de vida, de un medio ambiente...' La Xunta está estudiando varias fórmulas: construcción de establecimientos de turismo rural o cesión a comunidades de artesanos; a grupos desfavorecidos, como los inmigrantes, y a gente interesada en la agricultura ecológica.

Según pasan los años, Jesús Besteiro acude con mayor frecuencia a Soutomerille, a pasear entre los escombros de su niñez. Allí encuentra a otros como él, que quizá un día se decidan a reconstruir esos montículos de piedra que han heredado. 'De momento, nadie ha hecho nada, pero tampoco nadie quiere vender', precisa Jesús. Su tío Daniel no pierde la esperanza: 'Hasta puede que un día levanten la aldea otra vez. El mundo se está poniendo muy complicado por ahí fuera'.

Daniel Besteiro enseña la casa de Soutomerille donde vivió su hermana hace más de 30 años.
Daniel Besteiro enseña la casa de Soutomerille donde vivió su hermana hace más de 30 años.LALO R. VILLAR

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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