Los apóstoles del Tour
La 'Grande Boucle' rinde homenaje a los ganadores vivos de la carrera, que llega a los 100 años
Apóstoles, apóstoles, lo que se dice apóstoles, en el Tour, en realidad, sólo ha habido uno, un ciclista francés al que llamaban Apo, por Apollinaire, pero al que le gustaba decir que era por Apôtre (Apóstol) y que se apellidaba Lazarides, un escalador que acompañaba a Bahamontes cuando El Águila de Toledo, el genio, coronó un puerto con una rueda rota y, mientras esperaba una nueva, se sentó en la cuneta a comerse un helado.
Sin embargo, vistos allí los 21, uno tras otro, del más viejo, Ferdi Kubler, el ganador del Tour de 1950, aún enhiesto y sin bastón a sus 83 años, al más joven de los grandes, al Miguel Indurain de 38 años y cinco Tours, en el inmenso escenario del inmenso Palacio de Congresos de París, aplaudidos por 3.000 personas, más de uno sintió una emoción mística.
Como José Miguel Echávarri, el hombre que redescubrió el Tour para los españoles y que llevó a la victoria a Pedro Delgado e Indurain. 'Para mí', dijo el director, aún emocionado, 'el Tour es una religión y ellos sus apóstoles'.
El Tour, que en 2003 cumple 100 años, ha celebrado 89 ediciones -cuatro se perdieron por la Primera Guerra Mundial y siete por la Segunda- y ha regalado a la historia 53 ganadores. Veintidós de ellos siguen vivos, pero sólo 21 fueron a la fiesta del centenario -faltó Roger Pingeon, aquel francés que amargó en 1967 los sueños de Julio Jiménez, El Relojero de Ávila-. Se colocaron uno tras otro en el escenario: Kubler, Walkowiak (1956); Gaul, enfermo (1958); Bahamontes, tieso como un palo, lúcido y hablador (1959); Gimondi, el niño italiano del 65; Aimar, el apenas conocido francés del 66; Janssen, el elegante holandés del 68, con sus gafas de siempre; Van Impe, el escaladorcito belga del 76; Zoetemelk, el inasequible holandés del 80, el abuelo que ganó el Tour a los 34 años después de haber sido cinco veces segundo; Roche, el sonriente irlandés contra el que no pudo Delgado en el 87; Delgado, el escalador segoviano que sí que pudo con todos en el 88, y los modernos: Riis, el danés que ganó cuando Indurain no pudo más (1996) y Ullrich y Pantani, los ganadores del 97 y el 98. Y después subieron los ganadores dobles: Thevenet (75 y 77) y Fignon (83 y 84); y luego, el triple: LeMond (86, 89 y 90); y luego, el cuádruple: Armstrong, imbatible desde 1999), y para terminar los tres quíntuples: Merckx, Hinault e Indurain.
Y el orden de emoción aparente era, o eso parecía, decreciente, desde los ojos llorosos de Walkowiak hasta el porte sereno, demasiado sereno, de Indurain, o el aire indiferente de Armstrong, mascando chicle en el escenario, huyendo por el foro en cuanto pudo.
'Ha sido un día bonito', dijo el campeón navarro, lo que, según quienes han interpretado sus silencios y su aparente falta de emociones, fue más que un reconocimiento obligado. A Perico Delgado le costaba más esconder los sentimientos: 'Un día como éste, es una de las razones por las que merece la pena ganar el Tour'. Y se fue agarrando fuerte un maillot amarillo único, el que le regaló el Tour la noche anterior, en una cena de homenaje a todos en el restaurante Le Doyen, junto a los Campos Elíseos. En él, las firmas de todos los campeones vivos, menos uno: 'Fue una locura anoche en el restaurante. Todos, como niños, pidiéndonos autógrafos'.
Bahamontes también pidió autógrafos. Junto a Gimondi no paró de reírse. Aunque también pasó un momento de una rabia que no podía esconder. 'Compré un libro de la autobiografía de Armstrong, donde cuenta cómo superó el cáncer, para que me lo firmara y le estuve persiguiendo y me lo firmó', explicaba; 'pero no quería una firma normal, porque quiero regalárselo a Molina, el portero del Deportivo, y le dije que se lo dedicara, pero él me dijo que no, que sólo firmaba'.
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