Patriotas
El joven cabecilla de la escuadra fascista confesaba en Bilbao: 'Humanamente me siento más cerca de cualquier etarra que de un constitucionalista'. Patriotas de ambos signos (de ambas patrias) se encontraron el pasado domingo sobre el asfalto de la capital vizcaína. Los extremos se tocan, ya se sabe, pero por esta vez, afortunadamente, ni siquiera llegaron a rozarse. Allí estaba la Ertzaintza y allí estuvieron ellos, los patriotas de un lado y de otro en su estado más puro, sin aditivos y sin conservantes, simples, brutos y netos.
Eran (son) los herederos de aquellas sagas recias retratadas por Sáenz de Tejada, los sobrinos y nietos de esos otros (los mismos) Cruzados de la causa que aparecen, con sus boinas y cruces y estandartes, en el dibujo de Julio Caro Baroja que ilustra la portada de la última novela del navarro Miguel Sánchez-Ostiz. Una novela en la que se habla largo sobre aquel escabroso Montejurra olvidado. Son los mismos. Pasados unos y otros por el cedazo de las ideologías totalitarias que informaron al viejo siglo XX. Cada uno con su patria y su programa de regeneración social y nacional. Unas pocas ideas y muchos y elevados ideales. Soñadores les llaman y algo hay de cierto en ello: su realidad es otra, sus mundos ideales no consiguieron nunca, más que con sangre y fuego, encajar en la cruda realidad.
El uso indebido e imbécil del término fascista es una frivolidad que adquiere en nuestro país categoría de virus. Todo el mundo es fascista
Tzvetan Todorov habla de ellos y sus genealogías en su último ensayo, Memoria del mal, tentación del bien. Todorov observa el comunismo y el fascismo como dos subespecies del mismo género totalitario. Hace 60 años, los patriotas que el domingo pasado pasearon sus gritos por Bilbao eran normales en una Europa donde la democracia se desmoronaba. Hoy su fascismo debería ser raro y arqueológico. Debería ser un recordatorio, quizás una vacuna contra el uso indebido e imbécil del término fascista. Una frivolidad que en nuestro país adquiere categoría de virus. Todo el mundo es fascista. Zapatero y Aznar son dos fascistas, dicen, y se quedan tan anchos. El taxista que no te cede el paso es también un fascista. Deberían preguntarle a Ynestrillas o un feroz etarroide qué es eso del fascismo.
Ese fascismo coloquial y tonto se vende a bajo precio. Lo han convertido casi en una mercancía de todo a cien. Llamar a un concejal o a un periodista o a un vecino ruidoso fascista sale gratis. Hace falta que vengan a Bilbao los cachorros de Sáenz de Ynestrillas para abrirnos a todos la memoria y los ojos. 'Humanamente me siento más cerca de cualquier etarra que de un constitucionalista'. Es posible que Tzvetan Todorov tenga razón al sospechar que la democracia no está aún vacunada contra esa tentación del bien de la que habla en su ensayo. A lo mejor es tiempo de emplear un lenguaje más preciso y valorar en su medida justa el 'humanismo crítico' de gentes como Vassili Grossman, Primo Levi o Romain Gary.
Ellos no eran fascistas. A todos les recuerda Todorov en su ensayo. No conviene olvidarles.
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