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Columna
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Pequeños fallos en la Arcadia feliz

Recientemente, el Gobierno ilustró nuestra disminuida inteligencia con el fantástico argumento de que si las viviendas son tan caras es porque el poder adquisitivo de los españoles se ha disparado. Cómo no nos habíamos dado cuenta, tanteando el fondo del bolsillo. El ministro Cascos (esa frente fugitiva, esa mirada compleja, ese fino olfato de estadista) recurrió también al socorrido argumento de la convergencia con Europa. Yo lo interpreto del siguiente modo: todos sabemos que en Europa las cosas son más caras. Quién no se ha tomado un vermú en San Juan de Luz. Así que imagínense tener un chalecito en las afueras de París. Por eso, ahora que somos europeos, hasta en los bloques de Rentería, esos que emparedan la autopista, los pisos cuestan un dineral.

Pero una nueva consideración ha venido a iluminar nuestras conciencias esta misma semana. Ante una pregunta socialista en el Congreso, que aludía al aumento de los robos de automóviles (se sustrae uno cada tres minutos), el Gobierno popular también lo tiene claro: es un fruto de la mejora de las infraestructuras viarias. Parece que el incremento de los 'nuevos tramos de autovía y autopista' son un acicate para los jóvenes, que deciden robar más coches para acercarse así a los centros de ocio.

Frente a argumentos bien armados, ¿quién tiene el valor de contestar? Como España va bien, no sólo los pisos son caros, sino que los robos de coches se reproducen, y sólo las mentes obtusas seguimos sin comprender. Presiento que los espectaculares avances de la macroeconomía seguirán deparándonos sorpresas. Las virtudes del Plan Hidrológico Nacional se resolverán en europeístas y modernas inundaciones. La disminución del número de becas será una prueba de que los jóvenes han aprendido a acentuar correctamente. A partir de nuestra decretada felicidad, cualquier desgracia resultará explicable. Las intoxicaciones alimentarias serán la prueba de que las redes de distribución de los supermercados funcionan de maravilla. El aumento de los asesinatos nocturnos se explicará por toda clase de mejoras urbanísticas. Los desplomes en caída libre de la Bolsa darán la auténtica medida de nuestra capacidad de ahorro. Presiento que la lista de acontecimientos felices va a resultar interminable.

A pesar de todo, no hay que perder de vista otro detalle: que la costumbre de atribuir toda clase de desgracias al Gobierno central resulta escasamente verosímil en un país dotado de gobiernos autonómicos y bien financiados ayuntamientos. A la hora de hablar del precio de los pisos, del aumento de la inseguridad ciudadana o de los ridículos niveles de natalidad, son muchas las administraciones que deberían dar cuenta de su incuria o de su cortedad de miras, pero al menos hay que subrayar que nadie intenta insultar nuestra inteligencia con la misma desvergüenza con que suele hacerlo el Gobierno del Partido Popular.

Todo esto sólo resulta explicable desde una obvia constatación. No ha existido, en los últimos 25 años de democracia, ningún gobierno de ningún nivel institucional ni de ningún partido que haya gozado de la asombrosa docilidad mediática de que goza el Gobierno del Partido Popular. Posiblemente ésta sea la clave: el viento sopla a su favor hasta tal extremo que los populares se relajan y ni siquiera pierden tiempo en urdir explicaciones verosímiles a las pequeñas desgracias que se suceden en su Arcadia feliz. Cuando el pueblo ha interiorizado un par de verdades no parece imposible endosarle varios miles de mentiras.

Pero evitemos la caricatura y quedémonos con los datos fehacientes: porque tenemos más dinero la vivienda se hace inaccesible y porque nuestras carreteras son mejores los robos de coches se multiplican. Por cierto, la estadística añadía algún dato inquietante: casi dos tercios de los robos de coche se producen en Andalucía. ¿Por qué aludir entonces a fantásticos argumentos de mejoras viarias para explicar el celo de los chorizos? El Gobierno, puesto a apuntalar mejor su réplica, podía haber imputado a la Ertzaintza la responsabilidad de tal desastre. El número de crédulos habría sido mayor y sólo se habrían resistido al argumento los de siempre: los sospechosos habituales.

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