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Crítica:PREMIOS PRÍNCIPE DE ASTURIAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una pareja ejemplar

Josep Ramoneda

Daniel Barenboim y Edward W. Said, además de ser un judío y un palestino ejemplares, son amigos. Han encontrado en la música el territorio común que les permite incluso debatir las cuestiones que podrían ser más conflictivas, 'porque la música, la cultura y la política forman, hoy, un todo único'. Moderados por Ara Guzeliman, dos cosmopolitas con raíces: Edward W. Said, escritor, que nació en Jerusalén pero se crió en El Cairo en una familia árabe cristiana anglicanizada y vive en Estados Unidos, y Daniel Barenboim, que nació en Buenos Aires, en una familia judía que venía de Rusia y después emigró a Israel, y que ha vivido en medio mundo como director de orquesta, nos regalan una culta conversación sobre música, con inesperados saltos del concepto de tempo a las negociaciones de Oslo, de Beethoven a la cuestión de la identidad o de Wagner a la cultura global.

PARALELISMOS Y PARADOJAS

Daniel Barenboim y Edward W. Said. Traducción de J. J. Pérez Martínez Mondadori. Barcelona, 2002 206 páginas. 16 euros

Lo que hace la música incomparable para Barenboim, 'es exclusivamente la excitación de ser capaz de vivir cierta obra desde el principio al final, sin ninguna interrupción, sin salirte de ella'. Por eso la música le sirve para hablar de casi todo, es una metáfora del mundo.

Sobre el silencio -'la músi-

ca es fascinante porque engloba el silencio'-; sobre Fürtwangler y su extrema sensibilidad para el tiempo; sobre Beethoven, que revoluciona la música 'cuando ya no es posible confiar en Dios' y tiene que 'apoyarse en los meros mortales'; sobre el revolucionario Wagner; sobre la autenticidad en la interpretación como tributo al pasado e impotencia para mirar hacia lo nuevo; el diálogo entre Barenboim y Said adquiere momentos de suma elegancia, aunque no siempre vaya mucho más allá de lo obvio. En resumen, una larga digresión a dos voces que parte de una idea: 'La obra existe cuando tú la transformas en sonido'.

Desde la complejidad de su experiencia cosmopolita, la identidad es para Said 'un conjunto de corrientes que fluyen, en vez de un lugar fijo o un conjunto estable de objetos', lo que induce a Barenboim a decir 'que no sólo es posible tener múltiples identidades, sino que es algo a lo que se debe aspirar'.

Desde esta posición, el arte es 'un viaje hacia el otro', y de la música podemos aprender algo muy importante: el tempo. 'No importa lo que uno piense de los Acuerdos de Oslo, porque lo cierto es que el tempo, la velocidad a la que se aplicaban, se hizo demasiado lenta', dice Barenboim. En este trasiego entre la música y la historia, la función del intérprete -como la del lector- es actualizar las obras. Y así aparecen algunas de las preguntas más interesantes que se formulan Barenboim y Said: ¿qué tipo de relación queremos establecer con el pasado? ¿Cuál es el papel del arte en una sociedad en que hay tantas personas que viven ajenas a todo? ¿Es la fragmentación del conocimiento un factor de desmovilización ideológica? El punto culminante lo marca una pregunta naif: ¿podemos mantener la diferencia sin la belicosidad?

Barenboim y Said se esfuerzan en hacer verosímil una respuesta positiva a esta última pregunta, con una conversación que vuelve al terreno común de la música cada vez que aparecen nubarrones de confrontación dialéctica. La moraleja la pone Said: la interpretación de Wagner por Barenboim en Israel fue para muchos dolorosa, pero 'la vida real no puede ser gobernada por tabúes y prohibiciones'. Es lo que esta pareja judío-árabe unida por la pasión por la música quiere simbolizar con su disposición permanente a hablar, a seguir hablando.

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