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Columna
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Jatamí, en España

Antonio Elorza

Los problemas de protocolo planteados por el presidente iraní no son nuevos y surgieron ya en su anterior gira europea por Italia y Francia, y no precisamente porque se viera sorprendido en su ingenuidad ante una presencia femenina. Por muchas alternativas que le fueron ofrecidas, no hubo modo de que aceptase sentarse a la mesa si otros comensales, obviamente no musulmanes, bebían vino. La condición de que en su presencia las mujeres lleven un sucedáneo de hiyab responde al mismo criterio.

No son simples cuestiones de forma que nuestro clérigo reformador se vea obligado a respetar, sino indicios muy significativos del estado de la cuestión en Irán ante todo y, secundariamente, en el mundo musulmán, en particular del que se inserta en nuestras sociedades. El problema reside en que la superioridad de la umma sobre cualquier otro colectivo humano se fundamenta sobre la puesta en práctica de la exigencia de 'ordenar el bien y prohibir el mal', lo cual implica la imposición del cumplimiento de los mandatos de Alá en toda situación en que ello resulte posible, sea el medio de creyentes o de no creyentes. Por eso Jatamí, autoridad eclesiástica shií, no puede tolerar que nadie en su presencia ignore las prohibiciones fijadas en el Corán y en las sentencias del Profeta en cuanto al vestido y a la bebida.

El alcance de esta actitud concierne, y con una importancia mucho mayor, a la inserción de los colectivos musulmanes en las sociedades europeas, justamente por la entrada en juego de una propaganda cada vez más activa contra lo que los nuevos ulemas llaman 'la asimilación', esto es, la conservación de la fe musulmana por los inmigrantes adecuándose progresivamente a los usos de una sociedad laica. Urge, entonces, una reislamización que lleve a esos inmigrantes a adoptar el principio de que sólo hay un Islam y por consiguiente han de dar prioridad a los mandatos divinos en el seno de la umma, la comunidad de los sumisos a Alá, por encima de los usos y las reglas de los sistemas sociales de recepción. Frente a la integración, la coexistencia, con el tapado de la mujer como símbolo. Es lo que propone uno de los islamistas de más influencia, Tariq Ramadán, en su reciente Ser musulmán en Europa. El programa hace presagiar una conflictividad creciente, de la cual las minorías musulmanas resultarían las más afectadas negativamente por la inevitable reacción xenófoba frente al gueto expansivo propuesto por el nieto de quien fundara en Egipto los Hermanos Musulmanes. Todo horizonte de un Islam liberal resulta así cancelado.

El segundo indicio toca al papel desempeñado por Jatamí en la Revolución iraní, y que al avanzar su segundo mandato se perfila cada vez más como la de un hombre entregado a la causa de una democracia islámica, donde por un lado la participación del pueblo en su conjunto, y de las mujeres desde su posición diferencial, permita desarrollar una sociedad civil moderna, siempre que hacia la otra vertiente sea conservado el caparazón islámico que atenaza a los usos sociales y al propio papel de la mujer. En vez de 'la revolución bajo el velo' de que habla un conocido estudio, 'el velo como límite de la modernización'. Con el agravante de que el sistema político mantiene el control estricto de las decisiones principales en manos del Guía de la Revolución y de su asamblea de teólogos, dispuestos a que en ningún momento se alcancen ni una total libertad de expresión, ni una democracia efectiva. Lo que ha hecho posible Jatamí es que las tensiones salgan a la luz, y que pueda atisbarse, contra lo que afirman nuestros/as islamólogos/as oficiales, un clamor sofocado por evolucionar hacia una sociedad laica de ciudadanos no perseguidos de manera constante por una policía omnipresente ante las disidencias visibles en los campos del pensamiento y del vestido o los comportamientos de la mujer. Pero al mismo tiempo, ha sido la válvula de seguridad de esa olla a presión y en momentos cruciales, como la insurrección estudiantil de 1999, optó por alinearse con los suyos. Es un hombre culto, preciso en sus manifestaciones, cuyo papel histórico ya está cumplido, consistiendo ante todo en revelar que un poder teocrático no puede autorizar una apertura que significaría su autodestrucción. En modo alguno es un Gorbachov del islamismo político.

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