Confianza
La confianza se ha convertido, en los últimos meses, en el gran argumento para los analistas y los gestores, para los gobiernos y las autoridades monetarias, para los empresarios y los banqueros y, en definitiva, para todos los que siguen (seguimos) buscando explicaciones sobre el actual ciclo económico y de los mercados. Que los índices de confianza se encuentran en una senda de descenso preocupante es indiscutible, aunque lo que sí es más opinable es que éste sea la expresión de un cuadro recesivo. De hecho, y a pesar del deterioro adicional que siguen mostrando las expectativas de consumidores y empresarios, la economía mundial crecerá este año casi un punto porcentual más que el pasado ejercicio. Pero la percepción global es negativa.
Reducir la argumentación a una cuestión de confianza es obviar que lo que se está deteriorando es el consumo y la renta disponible de las familias
Lo es, en primer lugar, por los efectos de la inestabilidad de las bolsas. La interrelación entre la percepción sobre el pulso de la economía y de los mercados es cada vez más plausible. Y en segundo lugar, por las paradojas de una recesión, la del 2001, donde el consumo ha crecido a velocidades nunca vistas en etapas contractivas similares. Hasta ahora el efecto riqueza (en este caso, pobreza) sobre las familias que han ocasionado las minusvalías en acciones se había contrarrestado por la inflación de los inmuebles y, sobre todo, por las reducciones de impuestos y las bajadas de los tipos de interés. Pero su efecto sobre la renta disponible se agota y pocos son los elementos que se intuyen en el horizonte más próximo que puedan evitar que las familias gasten menos.
Ya lo mencionó Wim Duisenberg, presidente del Banco Central Europeo (BCE), justificando el retraso en sus previsiones sobre una recuperación económica. Es un problema de confianza y, según sus argumentos, no de tipos de interés. La confianza se propicia con reformas estructurales y medidas que generen credibilidad en el largo plazo. Probablemente sean muy razonables estas demandas de políticas que inyecten confianza en los agentes económicos, aunque es paradójico que sean aquellas instancias que creen haber hecho ya su trabajo las que piden imaginación.
Lo cierto es que, con la coartada de que la confianza es un estado de ánimo (cada vez más escaso, por cierto), ante el que las autoridades ven limitada su eficacia, la demanda se está enfriando. En el fondo de la cuestión, reducir la argumentación a una cuestión de confianza es obviar que lo que se está deteriorando es el consumo y la renta disponible de las familias, que demandan estímulos adicionales.
César Cantalapiedra y David Cano son de Analistas Financieros Internacionales.
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