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LA ÚLTIMA FRONTERA DEL ISLAM

Los demonios del paraíso de Bali

Isidoro Merino

LOS PRIMEROS EUROPEOS que vieron la isla de Bali fueron los marineros del buque que capitaneaba el explorador holandés Van Houtman. Ocurría en 1597. Y parte de la tripulación se negó a abandonar aquel paraíso. El último paraíso, como aparece en los folletos de muchas agencias de viaje. O La isla de los dioses. Aunque fue Nehru, el líder indio, quien proporcionó el eslogan más poético, al bautizarla como El amanecer del mundo. Desde entonces, los perfiles volcánicos de esta isla al este de Java, en Indonesia, no han dejado de fascinar. En el número de octubre de 2002, los lectores de la revista británica de viajes Condé Nast Traveller elegían Bali como segundo mejor destino turístico del año, en la categoría de islas, tras Maldivas y por delante de Mauricio, y un hotel de lujo de Bali, el Begawan Giri, figura en la encuesta como mejor establecimiento termal.

Muchos turistas pasan de puntillas por esta isla de algo más de 5.500 kilómetros cuadrados y tres millones de habitantes -la mayoría, de religión hinduista- sin apenas vislumbrar su realidad. Para ellos, el principal atractivo son sus playas, jalonadas de cocoteros a cuya sombra han crecido los grandes centros turísticos, como Kuta Beach y Nusa Dua. Los cerca de 10.000 españoles que visitan cada año Bali eligen para su estancia la zona de Nusa Dua. Hasta el atentado, Kuta Beach, al sur, era un destino barato. Hay que adentrarse en el interior para vislumbrar el Bali más auténtico, oculto tras la fachada comercial de los hoteles de la costa. En medio de un paisaje deslumbrante de volcanes, templos, bosques tropicales y colinas con terrazas donde espejean los arrozales se encuentra Ubud. Desde que, en 1927, el pintor alemán Walter Spies descubriera el universo creativo de Bali -un talento para convertir en arte las tareas y objetos más insignificantes, como las cometas que construyen y vuelan los niños, o los banderines y ofrendas con que se adornan los templos-, Ubud ha vivido una eclosión de museos y galerías, que hoy se cuentan por docenas. Aquí es posible asistir a un espectáculo de danza tradicional balinesa o a una representación de Wayang Kulit, el teatro de sombras de Java, acompañados por los sonidos hipnóticos del Gamelán.

Tras el atentado, las autoridades indonesias se enfrentan a la pérdida de su principal fuente de ingresos del turismo. En 2001, este país recibió 5,2 millones de turistas, según datos de la OMT; pero esta cifra bajó un 1,2% en los seis primeros meses de 2002. Hasta ahora, Bali era un oasis de tranquilidad y destino de primer orden, cuando otras zonas turísticas de Indonesia, como Java y Célebes, se veían afectadas por los conflictos étnicos religiosos.

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Sobre la firma

Isidoro Merino
Redactor del diario EL PAÍS especializado en viajes y turismo. Ha desarrollado casi toda su carrera en el suplemento El Viajero. Antes colaboró como fotógrafo y redactor en Tentaciones, Diario 16, Cambio 16 y diversas revistas de viaje. Autor del libro Mil maneras estúpidas de morir por culpa de un animal (Planeta) y del blog El viajero astuto.

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