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Columna
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Un cervatillo presidencial

Supongo que a estas alturas ya se habrán arrepentido, pero no hace tanto dos inteligentes (y malintencionados) socialistas compararon a Zapatero con Bambi y dijeron que su eslogan 'cambio tranquilo' no contenía ni lo uno ni lo otro. Ahora, cuando está a punto de conmemorarse el vigésimo aniversario del triunfo del PSOE en 1982 y han transcurrido dos años largos desde su elección como secretario general, es una buena ocasión para observar con detenimiento al líder de la oposición.

En la celebración relativa a 1982 se podrá ver si el socialismo ha aprendido del pasado. Zapatero triunfó en el XXXV Congreso porque supo combinar en las dosis oportunas la nostalgia y la esperanza mientras que sus adversarios se autodestruían en la primera o no eran capaces de engendrar la segunda. Cualquier pretensión de ver el pasado como una suma infinita de éxitos permitirá recordar la frase de Talleyrand -'todo lo desmesurado resulta, al final, insignificante'-, que, por cierto, también se podría aplicar en estas horas el juez Garzón.

Al menos esta ocasión va a confirmar lo que ha sido un indudable triunfo del supuesto Bambi. El PSOE, que sigue teniendo a sus espaldas el recuerdo de su salida del poder, estaba hace dos años y medio dividido no ya en familias sino, como dijo González, en 'corralitos' clientelísticos. El liderazgo de Zapatero se ha construido de forma natural, como por eclosión, a base de frialdad, convicción y laconismo; sólo necesita el guante de seda envolviendo un puño de hierro, cuando la ocasión se presente, para asemejarse al de Aznar en el PP, que fue su éxito más destacado.

Pero la novedad más decisiva que ha aportado Zapatero es su visión acerca de una oposición útil, un cambio tranquilo y la identificación con la sociedad. En parte por instinto pero también por cálculo, se ha dado cuenta de que la sociedad española no le pide la confrontación de esos coches de choque en las atracciones de feria, sino una estrategia más sutil y sofisticada. En el segundo tomo de los dietarios de Josep Pla, que ha publicado Espasa Calpe, se contiene una frase llena de sabiduría, entre rústica y producto de la experiencia: 'La mínima distancia entre dos puntos no es la línea recta sino el arabesco'. De eso se trata y sólo es posible si se mantiene una actitud presidencial. Este calificativo lo merece Zapatero: siempre da la sensación de pensar en términos de bien común o de ventajas colectivas; en ello siempre ha estado por encima de Aznar.

La labor de un analista no es la de un asesor de partido ni la de un bufón de corte. Desde el exterior, sin embargo, se pueden percibir -y se deben comunicar- no sólo los progresos, sino también sus limitaciones. Según el meritorio libro de López Alba (El relevo, Taurus), González habría descrito a Zapatero como 'el turronero', el viajante que siempre anda vendiendo dulces. Quizá, por tanto, no le vendría mal en ocasiones endurecer algo su perfil público. Necesita también ejercitarse en la pedagogía: si su visión de España coincide con la de Maragall, debe explicarlo más y mejor si no quiere quedar inundado por la catarata de demagogia durante la campaña electoral. Debiera, en tercer lugar, incrementar la capacidad de proposición de los suyos. A estas alturas no vale, de cara a la sociedad española, un 'progresismo' o 'izquierdismo' profesional que tenga recetas para todo. Se le va a pedir no sólo imaginación en los proyectos, sino también concreción, calidad en los destinados a ejecutarlos y, además, que cuadren las cuentas.

Y, en fin, conviene que Zapatero no se equivoque en el diagnóstico de lo que tiene enfrente. En varios aspectos -el retorno del pasado más remoto, las rectificaciones, el alejamiento de la sociedad, la simple desgana de gobernar...-, el PP da la sensación de padecer un final de época. Pero Rajoy, Mayor o Rato no pertenecen a una derecha carca, ensotanada o franquista, anclada en el pasado u obligada a repetir, de modo recurrente, los errores de Aznar. Son adversarios muy serios en una alternativa que, hoy por hoy, lleva en las encuestas alguna ventaja como partido, ya que no en lo personal.

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