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Entrevista:PAOLO CONTE | Cantautor

'El arte es invención, sueño, fantasía. No debe aprovecharse de la realidad'

Paolo Conte llegó ayer a Madrid para abrir, hoy, el Festival de Otoño: viene con su voz rota, sus canciones melancólicas, sus poemas del absurdo, su fastuosa nariz de boxeador, su simpatía irónica y una orquesta de 21 músicos. Casi no quedan entradas para ver y oír al cantante, compositor, pianista, poeta y pintor italiano (Asti, 1937), que en sus dos días de actuación en el Teatro Albéniz mezclará canciones de su irresistible repertorio clásico ('tocadas con arreglos nuevos') con incursiones en su último disco (el vigésimo desde 1974), Razmataz, una mirada nostálgica pero festiva a las vanguardias de los años 20 en la que conviven ritmos, idiomas y lenguajes muy distintos.

Conte explica que Razmataz es 'un pastiche de géneros, lenguas y músicas que quiere parecerse a un fantasma del cine, a un cine que no está, pero que podría, y quizá querría, estar'. Y quizá eso, hacer cine con canciones de tres minutos (o menos), ha sido el único sueño de este ex abogado del Piamonte que ayer, durante 20 minutos de entrevista, dejó claro que es un sabio de pocas palabras, receloso de la seriedad y el éxito. Se diría que, aunque sigue viviendo en su pueblo natal y apenas se deja ver, Conte no ha podido impedir que sus canciones breves, onomatopéyicas y plurilingües formen hoy la mejor banda sonora de una Europa inteligente, graciosa y mestiza.

'El éxito me sigue fastidiando. No soy un divo y prefiero estar tranquilo'
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Pregunta. ¿Es Razmataz una locura o un sueño?

Respuesta. Las dos cosas. Resume mi obsesión, bastante constante, por el novecentismo y por todas aquellas invenciones y vanguardias fantásticas (el cine, la pintura, la literatura, la música) que surgen en los primeros 20 años del siglo XX. Es una época fascinante, y he volcado ahí mis vicios más conocidos: la música, la poesía, la pintura... Es un intento de contar la vieja Europa a través de la nueva música negra americana, la 'nueva reina negra', el jazz, con personajes simbólicos del París de la época: la burguesa rica, el estilista de moda, el vividor italiano, el inglés deportivo, el artista expresionista berlinés, la escritora de misterio...

P. Un musical babélico.

R. Un musical extraño, pero ajustado en sus lengua-jes. Un storyboard sonorizado, o un guión radiofónico ilustrado.

P. Que ha hecho para DVD y disco pero no para teatro.

R. Para hacerlo en cine no hay dinero suficiente, y para hacerlo en teatro habría que meterle mucho maquillaje, cambiarlo, hacer una síntesis, quizá un ballet pueda servir. Espero ofertas. Ojalá llegue alguna.

P. ¿Y cómo está Italia? ¿Qué tal con Berlusconi?

R. Perdóneme, pero nunca hablo de política y no puedo hacer excepciones.

P. Tampoco en sus canciones las hace.

R. El arte para mí es otra cosa. Es sueño, invento, fantasía. Yo amo las cosas inventadas, y creo que el arte no puede aprovecharse de la realidad.

P. Pero en sus canciones sí hay una forma de ver el mundo, entre irónica, perpleja y melancólica. ¿Es autobiográfica?

R. Sí, pero no en un sentido personal. Quizá es generacional. En mi generación, si no tristeza, hay mucha melancolía. Nos hemos salvado de la tristeza con la melancolía.

P. También hay humor absurdo y surrealismo.

R. Absurdo sí, por pudor: no me gusta contar la realidad como es, así que le hago fintas. Y surrealismo también, porque me parece que las palabras no deben ser muy precisas, se necesita misterio. Pero no es un lenguaje hermético que no quiere decir nada. Sé perfectamente qué quiero decir, pero lo digo a mi manera.

P. ¿Se ve más como poeta o como músico?

R. Como músico. Fui músico [tocaba el vibráfono en una orquesta de jazz] antes que escritor de letras. Y, cuando compongo, la música siempre me viene antes que las palabras.

P. Pero le dan más premios como poeta que como músico.

R. Bueno, quizá la gente cree que entiende mejor mis letras que mi música, pero hace poco me han dado un premio por mi música...

P. Se dice de usted: cantautor italiano. ¿Se identifica con la etiqueta?

R. Siempre me he visto como un ciudadano del mundo, nunca me he puesto restricciones geográficas: negro, blanco, azul, amarillo, italiano, árabe... Da igual. Es curioso, mucha gente insiste en la nacionalidad como una característica de su arte. A mí me parece que el arte no tiene nacionalidad.

P. ¿Por eso mete otros idiomas en sus canciones?

R. No sólo. El italiano es condenadamente difícil de ajustar a la música, es una lengua muy poco rítimica. A veces necesito una palabra inglesa, o francesa, no por hacer el discurso más culto sino porque me gusta contar deprisa, cuanto más mejor. Detrás del escritor está siempre mi amor por el cine, me gustan mucho esos flashes del cine, y a veces una palabra en esos idiomas explica muchas cosas de golpe.

P. Esa prisa por contar, esos latigazos, recuerdan al flamenco...

R. ¿Sí? Me gusta eso, me halaga mucho.

P. También su voz cascada, aunque usted suele hablar mal de ella.

R. Es que Italia es el país del bel canto. Mejor ir con cuidado...

P. ¿Cómo van sus relaciones con el éxito?

R. El éxito me sigue fastidiando bastante. No soy un divo, prefiero estar tranquilo, en paz.

P. ¿Por eso se esconde?

R. Tampoco tanto. Ahora voy a cantar en Suiza. Lo que no me gusta es dar saltos por ahí, bajar al patio de butacas, hacer numeritos. Los que me van a oír ya saben qué hago y la nariz que tengo.

P. Dicen que tampoco le gustan mucho las entrevistas.

R. ¡Claro, es que soy muy flamenco! Pero aquí estoy. Y hay tiempo para una última.

P. ¿Querría definir su música?

R. Nostalgia y toda la confusión mental del final del siglo XX.

Paolo Conte, ayer en la puerta del teatro Albéniz.
Paolo Conte, ayer en la puerta del teatro Albéniz.BERNARDO PÉREZ

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