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Columna
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El olor

La edad huele, y los laboratorios Shiseido comercializan un desodorante para quitarse su peste de encima. El producto combate el tufo del ácido palmitoleico, que, a partir de los 40 años, el cuerpo segrega aceleradamente. La cirugía, el maquillaje, la liposucción trataron de mejorar el look, pero la imagen hoy llega más lejos. En el cine, en los museos, en los automóviles, las firmas se afanan por dotar de un buen olor a sus marcas y atraer por ello. La ginebra Gordons ha rociado salas de espectáculo con esencia de enebro, Toyota ha propuesto aromas frutales en el interior de sus vehículos, y Hemipode, aparte de cuidar las formas y la textura, anuncia su reloj Ikepod con olor a vainilla en la pulsera.

El olor siempre ha constituido un sentido preferentemente femenino. Más que amar a los hombres por su apariencia, las mujeres se han engolfado por su olor. Las huellas digitales, el dibujo del iris, se emplean como señas de identidad, pero más poderoso y rico en información es el aroma que despide el cuerpo. El olor no engaña. Pero puede engañarse al olor. Se le puede recubrir de otros olores y provocar sensaciones más convincentes que una capa de pintura. Porque el olor parece proceder del fondo extremo de la cosa y representar intensamente su verdad, su 'esencia'.

La superficie de los objetos, la calidad del espacio, fueron diseñados por los interioristas y los directores del hilo musical, pero ahora, la etapa que se abre es el diseño de los aromas. Los locales serán acogedores de acuerdo también al bienestar que reciba nuestro olfato. Hoteles, comercios, museos, restaurantes, aeropuertos, hospitales, se ofrecen como grandes ámbitos para el tratamiento. De la imagen, el sonido o el tacto llega una comprobación de lo real, pero con el olor se obtiene el alma más reservada del objeto. Aquellas verificaciones parecen asunto de la razón obvia, mientras la segunda roza el secreto, más íntimo, psicológico e intuitivo. Cualidades todas ellas asociadas al arquetipo femenino que triunfan hasta en los Nobel de Economía 2002, galardonados por resaltar la importancia de la psicología en la economía, el valor del olfato en las decisiones inversoras, el diagnóstico irracional que dictamina si el futuro huele bien o mal.

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