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Columna
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Eje

Francia nunca tuvo especial interés en conectar su red ferroviaria de alta velocidad con la frontera española. Y menos, si cabe, por Cataluña. Hace más de dos años que el Instituto de Robótica que dirige Gregorio Martín llegó a esta conclusión, que ahora parece confirmar Jordi Pujol al reconocer, con más deseo político que convicción burocrática, que esa conexión no se producirá antes del año 2007, cuando era 2004 la fecha convenida. Aunque evita una posición muy explícita, el Gobierno francés rehúsa esta conexión por la misma razón que la ansía la Generalitat de Cataluña. La posibilidad de unir Perpiñán con Barcelona antes de completar el tramo hasta Nimes convertiría a la capital catalana en el puerto mediterráneo de gran parte del suroeste francés, en detrimento del de Marsella. Por consiguiente, la conexión con la frontera no se producirá hasta que Francia no haya consolidado una ruta ferroviaria que vincule con Marsella las mercancías producidas en el área que quiere atraerse Barcelona. Sin embargo, la priorización de la línea Madrid-Zaragoza-Barcelona-frontera permitirá que Cataluña tenga sus cuatro capitales conectadas con alta velocidad. Y eso sería extraordinario si no fuera porque Cataluña, al contrario de lo que denuncian quienes agitan el fantasma de imperialismo catalán en Valencia, todavía sigue actuando más en función de su frustración ultrapireinaca y en su persuasión bipolar (Madrid-Barcelona, claro) que en su dorsal mediterránea, que es donde se sustenta en realidad y donde nos afecta. Cataluña perdió la opción francesa en la batalla de Muret en 1210, y lo poco que salvó entonces se lo llevó el Tratado de los Pirineos, en 1659, pero por lo menos tendrá en breve 'una envidiable situación de movilidad ferroviaria', por decirlo en palabras de Gregorio Martín. Por el contrario, Valencia, que en el discurso oficial está liderando el mundo, ni ha dilucidado su conexión con Europa por el eje mediterráneo (entre Castellón y Tarragona ni está ni se le espera) y la única opción clara hacia Madrid tiene una penalización de tiempo por la prioridad de la opción sur (Albacete). Lo cual lastra la competitividad de la Comunidad Valenciana de un modo grave.

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