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EXCURSIONES - ARROYO DE LOS ROBLES

En busca del valle del Paraíso

Melojares, acebos, prados y pinares adornan la vertiente sur del puerto de Linera, en Villavieja del Lozoya

Cada pueblo, en cada época, ha imaginado el paraíso en función de sus gustos y prioridades. El bíblico edén de los hebreos era un huerto que medraba sin necesidad de cuidados en Oriente Próximo, donde hay unos desiertos de cuidado. El Walhalla de los vikingos, un palacio de 540 puertas donde los guerreros caídos en combate seguían luchando de día y se divertían de noche, hartándose con la carne de un jabalí llamado Saehrimnir, que resucitaba oportunamente antes de cada comilona.

Nada tiene de extraño que para los pastores castellanos del siglo XIII el paraíso fuera un valle rebosante de prados y árboles siempre verdes como el que hoy nos ocupa.

Aquel lugar al que se llamaba Valle Paradisi -valle del Paraíso- en el Privilegio de la Bolsilla (1208) y Garganta Hermosa en el Libro de la montería (hacia 1350) no tiene ahora otro nombre que el que le presta el arroyo de los Robles, el cual nace en la solana del puerto de Linera, a medio camino entre los de Navafría y Somosierra, y después de enhebrar los bosques, prados y casas de Villavieja, muere ahíto de belleza en el Lozoya a las puertas de Buitrago.

'El agua de los siglos ha borrado sus bautismos de antaño, no así la vieja cañada'
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Un paseo con grandes vistas

El agua de los siglos ha borrado sus bautismos de antaño, no así la vieja cañada por la que subían los rebaños al puerto y por la que se dispone a subir hoy el caminante, cuya idea del paraíso apenas difiere de la de una oveja.

En busca de este edénico valle, el excursionista sale en coche de Villavieja de Lozoya en dirección a San Mamés y, justo antes de la señal de fin de población, se desvía a la derecha por una pista de tierra que cruza la colonia de Los Llanos y, acto seguido, la vía del ferrocarril Madrid-Burgos.

Por la misma pista, pero ya a pie, sumérgese en un robledal salpicado de acebos, árbol de hoja perenne que siempre resultó, por eso mismo, de gran valor para alimentar al ganado en invierno, estando ya severamente castigada la corta de sus ramas en las Ordenanzas de Villa y Tierra de Buitrago, seis siglos antes de que la Comunidad de Madrid lo declarase especie protegida (1983).

Dejando atrás este bosque nutricio y sombrío, el camino sale a una despejada pradería desde la que se avista sin estorbo el valle entero, el cual ofrece un cuadro de verdor unánime, sólo corregido por las pinceladas malvas del azafrán serrano y las manchas de helechos que el otoño pinta de vivo amarillo.

Al fondo, bajo la escotadura del puerto de Linera, se destaca el roquedal de los Horcajos, donde se despeñan las primeras aguas del arroyo, y a su vera se dibuja con nitidez el corredor herboso de la cañada, abriéndose paso entre los prietos pinares plantados a mitad del siglo pasado.

Al pinar llega el excursionista cuando se cumple media hora de paseo y, tras franquear una barrera para vehículos, encuentra una bifurcación en la que tira por el ramal de la derecha, dejando a un lado una jugosa pradera y al otro varios de los mojones que señalaban en la Edad Media la linde entre el Señorío de Buitrago -cuyo era el valle- y el Sexmo de Lozoya, entonces segoviano. Unos mojones, por cierto, grandes como los pleitos que los aldeanos hubieron con su señor cuando en 1529 quiso cerrar el valle para su uso exclusivo, desdeñando los derechos de pastoreo y de explotación del acebo que aquéllos tenían desde tiempos inmemoriales.

Muy pronto, en la primera curva cerrada a la izquierda, el paseante deja dicho ramal para subir a repecho por la cañada, que es un pasillo limpio de pinos y adornado con los frutos rojos de los acebos y majuelos. No hay pérdida.

En la siguiente encrucijada, a una hora y pico del inicio, sólo tiene que seguir por el camino más pendiente para llegar en otra hora larga al puerto de Linera (1.834 metros). Al sur se divisa toda la vieja tierra de Buitrago de Lozoya y la sierra de la Cabrera. Al norte, las aldeas segovianas de Arcones, Matabuena, Gallegos y la cañada real de la Vera de la Sierra, por donde antiguamente iban y venían en busca de los mejores pastos las ovejas de media España, desviándose, las más afortunadas, hacia las ricas praderas del valle del Paraíso.

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