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Reportaje:

Nostalgia del pollo

El Consell celebra la última recepción oficial de la legislatura con un horizonte político lleno de incógnitas

Miquel Alberola

El dragón del yelmo de Jaume I quedó obsoleto como logotipo de la Generalitat en julio de 1995, cuando el empresario avícola Federico Félix forzó un pacto entre Eduardo Zaplana y Vicente González Lizondo para amarrar la coyuntura. Desde entonces el pollo ha sido el emblema tácito de la institución: como propósito y como parábola. Incluso desplumado y a l'ast, puesto que aquello fue el principio de una larga amistad. Pero ocho años después, de aquel símbolo que tanto mortificó a Carpanta ya sólo quedan los huesos, quizá por eso el gallinero empresarial andaba un poco revuelto, redefiniendo posiciones.

Ayer, bajo el signo de la liquidación de existencias, muchos de aquellos empresarios fueron los más puntuales en llegar a una recepción oficial que regresaba al Palau de la Generalitat. Todo eran malos presagios. El último Nou d'Octubre socialista había llovido, y ahora amenazaba tormenta. Y allí estaba Federico Félix, con sus neuronas estableciendo relaciones y mirando a José Lladró, con el pelo teñido de color tapa de piano, como insinuándole la que iba a caer. Al instante llegaron los hemanos Juan y Fernando Roig, y todos bracearon como si el negocio no fuera redondo, mientras por detrás pasaba como si fuera casualidad Luis Fernando Cartagena, y no lejos de allí Rafael Ferrando miraba como si no lo viese. A esas alturas de la partida de póquer no cabía ninguna duda de que los huesos estaban muy chupados.

Suerte que empezó el movimiento de bandejas con canapés, empanadillas y frivolidades. Y que Rosita Amores soltó por detrás: 'Un año más'. O menos. La distensión había llegado, pero ya eran mucho más de las dos y nadie del Consell había dado señales de vida. Sin embargo, la densidad en la plaza de Manises era formidable, y en la parte norte las fuerzas vivas movían la mandíbula como si intuyesen que el pollo había alcanzado la categoría de metáfora. La llegada de Joan Ignasi Pla tenía que reforzar esta sensación. Mientras Santiago Grisolía daba cuenta de un pincho de tortilla para endurecer su genoma, se produjo el primer síntoma de vitalidad del Consell a través de Serafín Castellano, que está especialmente diseñado para dar el pésame.

Después llegaron en tromba, y estaba a punto de desvelarse si el excelentísimo Zaplana llegaría por la puerta o simplemente bajaría del cielo como la magrana del Misteri d'Elx. Para entonces, José Luis Olivas ya rodaba como una peonza por el medio de la plaza, tras su vertiginoso discurso en lemosín ('selebrén el nasimén de l'Estatú'). Pero Francisco Camps aún no había aparecido, aunque ya se le había visto más que a la senyera en Canal 9 durante la procesión cívica y el tedeum.

Los empresarios seguían inflamados cuando irrumpió Zaplana. Por fin, ahí estaba la Leyenda, cruzado de Lincoln y Pericles, con una órbita de satélites y asteroides muy adicta que nada tenía que ver con el corrillo miserere de Olivas. Y como si fuera Robert Mitchum disfrazado de Papá Noel entregó la mocadorà a Alicia de Miguel y a María Ángeles Ramón Llin, y a falta de pollo a los empresarios se les puso la carne de gallina. Dio la vuelta al ruedo, cortó orejas y rabos, y no salió a hombros para no alterar el dispositivo de seguridad, que es por la razón que no había bajado desde el cielo. Ya sólo le quedaba un detalle perfectamente planificado: cruzarse con Camps en la puerta del Palau de la Generalitat, como un hola y adiós.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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